
Un deseo
Por Katya López
Por un largo tiempo creí que la Navidad era una pregunta sin respuesta, la observaba pasar cada año envuelta entre luces, canciones y promesas que parecían no cumplirse del todo, incluso la busqué en cuentos e historias que hablaban de milagros y finales felices, en rituales que prometían amor, dinero y fortuna con solo usar el color correcto, pensé que él siginificado era desear eso, pedir algo que faltaba, y esperar a que la magia hiciera su trabajo y me concediera lo que el resto del año parecía negarme. Mi error fue confundir los deseos desde lo que no tenía y no desde lo que el corazón me decía, por eso cada diciembre me encontraba esperando, aunque no supiera exactamente qué, sólo quería que llegara de afuera y justificara la importancia de la fecha.
Hasta que un veinticuatro, dentro de casa, todo ocurrió sin anuncio, no hubo grandes revelaciones ni momentos de telenovela, sólo mi familia, compartiendo una cena sencilla, riéndonos de anécdotas que ya había escuchado antes, guardando silencios que no incomodaban y jugando con ese ser pequeñito que nos cambió la vida y claro, esos regalos dados con cariño. El aire estaba fresco, cargado de un aroma que no supe identificar, para después reconocerlo como hogar.
El reloj avanzaba con un tic-tac suave y piadoso, como si el tiempo comprendiera que la noche merecía pasar despacio, los observé con una atención nueva, no como hija, ni como espectadora, sino como alguien que teme olvidar. Me descubrí intentando memorizar cada gesto, la forma en que mamá acomodaba la mesa, a papá verlo sonreír antes de terminar una frase, él vernos a todos siendo felices. Quise guardar cada detalle, como si intuyera que ese instante sería importante, cuando la memoria tuviera que hacer su trabajo.
Comprendí entonces que la Navidad no vive en los adornos, las mesas llenas, o las promesas de un año nuevo perfecto, sino que habita en esos momentos que no se compran ni se envuelven, solo en la certeza de estar acompañado y en la tranquilidad de pertenecer a un lugar donde no hace falta demostrar nada.
La magia no llegó envuelta en papel brillante, llegó en un abrazo cálido, en una risa compartida, en la sensación profunda de no necesitar más, entendí que el amor verdadero no hace ruido, no anuncia su llegada, ni exige atención. Por primera vez, no quise que la noche terminara, no por miedo al día siguiente, sino porque ahí, frente a mí, estaba todo lo que mi vida necesitaba en ese momento, ya no había deseos pendientes ni promesas por cumplir, solo la gratitud de reconocer lo que siempre había estado. Esa noche no pedí amor, dinero, ni milagros futuros, no pensé en lo que vendría ni en lo que podría faltar, cerré los ojos y entendí que el deseo más grande no siempre se formula, se pide o se espera, a veces simplemente se reconoce cuando ya está cumplido.
Desde entonces, cada Navidad vuelve a mí con ese recuerdo, no como una fecha, sino como una certeza de que mientras exista ese amor, ese hogar compartido, ningún deseo está vacío.

Las cartas a Santa
Por Alejandra Maraveles
Cuando mi papá dejó este mundo, me tocó limpiar sus cajones. Mientras lo hacía, me encontré las cartas dirigidas a Santa Claus, que mis hermanos y yo habíamos escrito cada navidad durante nuestra infancia. La mayoría de regalos los habíamos obtenido y cuando no nos había llevado lo que habíamos pedido era porque algo mejor había aparecido debajo del árbol. También recordé la felicidad de esa época. No lo sabía, pero en ese momento comprendí que el verdadero regalo había sido mi papá.

Navidad
Por María Rábago
Nueve son los días que recorrieron, buscando posada.
Caminaron huyendo de Herodes, día y noche.
Nadie les abría las puertas de sus casas.
María a punto de dar a luz, caminaba junto a José, Un establo con animales apareció en el camino y el posadero les dejó entrar.
Ahí, sin saber reyes y pastores llegaron tras la señal
La luz iluminó el cielo el gris borrascoso sacó su esplendor
Cristales cayeron en la tierra
Al partir la piñata con el palo se recreó el final de la maldad y los pecados se acabaron y miles de colaciones se derramaron
Los milagros comenzaron a llegar cada uno dando amor, paz y felicidad.

Una piñata
por Maggo Rodríguez
Cuando éramos más chicos, la abuela no nos dejaba romper las piñatas, decía que siempre dejaban un basural. Ahora que Lalito, el menor y más consentido de los nietos, tiene edad para pedir una piñata, la abuela accedió a que por fin se rompa en su casa. Como ya estamos grandecitos, todos nos hemos cooperado para comprar al menos cinco piñatas. La única condición que nos ha puesto la matriarca es que sean dulces grandes para que no salgan volando las envolturas de pequeños caramelos o chicles y, en efecto, serán grandes las golosinas y frituras para darle gusto, aunque, por otro lado, no dijo nada sobre no echarle harina o diamantina a las piñatas.

Se busca Santa vegano
Por Juan Romo
Eduardo amaba la temporada navideña, la época que más trabajo tenía vestido de Santa. Era la persona ideal para personificarlo: barba blanca, estómago prominente y una voz profunda y grave para reír a todo pulmón.
El destino le jugo una broma pesada, por su diabetes tuvo que cuidar la dieta y bajó de peso, tanto, que su vientre se redujo y los pantalones del viejo Santa se le caían. Le rezó toda una noche a San Judas Tadeo, patrón de los casos difíciles y desesperados, para que lo iluminara y pudiera seguir con su trabajo.
Al día siguiente se encontró en Facebook un post que presentaba un Santa Claus Vegano muy delgado. “Gracias San Juditas, ahora seré ese Santa”, y así se comenzó a promover:
¿Buscas un Santa Vegano? Aquí estoy para tus fiestas, posadas y eventos privados. Informes por inbox.
La nueva posibilidad le contactó con una señora muy fit que lo contrató para su posada Jipi. Ahí descubrió el llamado de las hierbas, conoció a la abuela Ayahuasca y se quedó a vivir con ella con su traje de Santa Vegano.
Desde entonces nadie sabe dónde está. SE BUSCA SANTA VEGANO

Canela en Navidad
Por Nicte G. Yuen
A Canela la encontró mamá Ignacia cazando ratones por la plaza central del pueblo. Tenía unos bellísimos ojos verde limón y una cola esponjosa medio torcida. Era evidente que tenía habilidades en el arte de cazar al peor enemigo de la matriarca de la familia y que esa fue la razón por la cual la gata se instaló en casa. Desde el día de su llegada exigió tazones de leche fresca como pago por deleitarnos con su presencia, apartó la mecedora para tomar la siesta vespertina y ronroneó plácidamente a los pies de mamá Ignacia. Permaneció en el puesto de “la favorita” durante diez meses, hasta que llegó la época de los villancicos, las posadas y el ponche con piquete y su reputación se desmoronó.
Recién amaneció el primero de diciembre, la familia entera se volcó en poner el nacimiento en el salón principal; pastores y ovejas invadieron la sala ante la mirada atenta de mamá Ignacia, quien daba instrucciones precisas cafecito en mano. Hubo risas y platicas, chismes y música, buñuelos y cajas de regalo. Para cuando llegó la noche, el nacimiento estaba perfectamente montado, justo como dictaba la tradición familiar desde hacía generaciones. Con el sonido de los cuetes de fondo, todos fuimos a descansar a nuestras habitaciones, tan solo Canela permaneció despierta lamiéndose sus patas en la mecedora. A la mañana siguiente, cuando las campanadas de la iglesia llamaron a misa de ocho, mamá Ignacia salió de su cuarto rebozo en mano.
Silencio absoluto en casa.
Unos pasos más adelante, nuestra querida abuela, descubrió como medio nacimiento estaba destrozado y esparcido por toda la sala mientras la gata dormía sobre el pesebre.

La tienda
Por Alejandra Maraveles
El trabajo me había absorbido, era ya el 24 de diciembre y no había comprado los regalos para la familia. Faltaban sólo unas horas para la fiesta navideña, la mayoría de los centros comerciales estaban abarrotados y no pude entrar por la cantidad de coches que esperaban turno para ingresar. Con la cabeza baja manejaba por las calles cuando vi una tienda solitaria. Algo me llamó adentro. Estacioné y me dirigí a la tienda. Dentro un hombre simpático me saludó y me dio la bienvenida.
El lugar olía a canela con manzana y las decoraciones festivas inundaban el ambiente. En los estantes sólo había pequeños frasquitos sin etiquetas, el precio era bastante elevado y seguía sin comprender qué contenían. El dependiente me explicó que quien lo tomara obtendría lo que más necesitaba y me aseguró que jamás nadie había regresado a quejarse ni a exigir devoluciones..
El sitio estaba vacío por algo, una voz gritó dentro de mi cabeza, pero no tenía tiempo de buscar regalos, así que decidí comprar uno para miembro de la familia y uno para mí. Con la sensación de que había malgastado mi dinero y de que haría el ridículo salí de la extraña tienda.
Llegué a tiempo a la cena. Tras el banquete, el momento de los regalos comenzó. Les di los frasquitos a cada quien con el comentario de “ya verás lo que ocurre después de tomarlo”, aunque yo tenía la misma curiosidad que ellos.
Mi tía tomó el contenido del suyo y comenzó a reír, diciendo que por primera vez en años sentía alegría y no sólo nostalgia. Mi primo obtuvo la imaginación de nuevos proyectos, misma que se le había apagado tras varios fracasos de negocios. Me apresuré a tomar el frasco que había comprado para mí. La admiración ingenua de mi niñez que había olvidado, de un sólo sorbo había regresado a mí. La navidad siguió su curso en medio de sensaciones nuevas y de recuerdos olvidados, jamás la habíamos pasado mejor. El dependiente no se había equivocado.

Un pingüino dorado, gordito
Por Maggo Rodríguez
La semana pasada, encontré la figurilla del pingüino más lindo del mundo, en una tienda de enormes ventanales. Tenía una bufandita, un gorro con motita y unos cachetitos que apenas y dejan espacio a su estilizado pico. Estaba bañado en una especie de pintura dorada y eso lo hacía resplandecer con el sol. Apenas hoy me pagaron el aguinaldo y lo primero que hice fue ir a la tienda por él. Grande es mi sorpresa al ver el local vacío y sólo encontrar un volante con letras rojas que anuncian una gran liquidación.

Minificciones Navideñas
Por Juan Romo
1
¿Por qué si yo me remendaba y después me remendé, al momento de echarme un remiendo, después me lo quité? Parece que estas fiestas me ponen indeciso.
2
Vine a la posada porque me dijeron que acá estaba mi padre, un tal Tuki Tuki Tuki Tuki. Díganle que lo busca su hijo el Tuki Tuki Tuki Tá.
3 DALE, DALE, DALE
La piñata no entendía por qué tanta agresión, por qué la querían golpear, por qué se alegrarían cuando se rompiera. Ella podría haberles compartido todo lo que había en su interior tomando un café o paseando por el parque.
La piñata quiso huir, pero la tenían amarrada. Cuando se prepararon para golpearla, no se explicó la razón de la furia en su contra.
La apalearon y no resistió más, se rompió en pedazos. La algarabía se expandió a pesar de su dolor.

