La sala de la tía Tere

Por Juan Romo

El mundo, su mundo, giraba en torno a sus juegos y no tanto a sus juguetes, aunque en casa tenía la Comiditas, Fabiola la muñeca que camina por sí sola y algunas Barbies, las más sencillas, las que había en esos años en Guadalajara. Rebeca era una niña que la fantasía le impulsaba a investigar que había más allá de lo evidente, como decían los Thundercats.

La mayor parte del tiempo la pasaba sola, su papá trabajaba todo el día en cosas de la construcción, haciendo casas, calles o parques porque era un ingeniero de los que no se les caían las edificaciones, bien hechas y muy resistentes, aunque nada atractivas, carecía del ojo de arquitecto. “Pinches arquitectos, hacen casas bonitas, pero no sirven para nada”. Y su mamá, en casa sí, pero alejada de ella porque estaba cuidándole la virginidad a sus hijas mayores. Desconfiada y siempre pendiente de dónde andaban, con quien estaban, quienes eran sus amigas y amigos. “¿De quién eres hija?, ¿Tu papá estudió en la facultad de ingeniería?”.  Sin embargo, las hermanas se casaron embarazadas, pero son historias diferentes, Rebeca vivía su propio mundo con mucha curiosidad.

Pasaba frente a la tele viendo Los Supersónicos, Monstruos del espacio y las películas antiguas de Cine como en el cine con Palito Ortega, Pili y Mili o Rocío Dúrcal. Había pocas opciones en la televisión, sólo los nacionales: 2, el 9, el 13 y los canales locales, el 4 y el 6.

Rebeca se aburría, le parecía más interesante salir al jardín a investigar acompañada de Carmela, su gran amiga setter irlandés. Sin miedo a los bichos conocía las orugas que se convertían en mariposas negras, “Si se te paran en la cabeza te quedas pelón”. Le encantaban las catarinas cuando caminaban por su brazo, los gusanos grises de tierra no le parecían interesantes, con una cochinilla se ponía contenta: las atrapaba con sus manos y se hacían bolita, eso esa fascinante, “Parecen pelotitas que ruedan para todas partes, ya me dijeron que así se protegen”.

Subía al árbol del jardín, se imaginaba la guardiana del universo. Con los binoculares de su papá vigilaba su mundo: el árbol era robusto y lleno de hojas, estaba de incógnito. Fue testigo de besos entre la vecina de enfrente y el señor de al lado, el robo de bolillo que el panadero les había dejado, tres accidentes de bicicleta y muchos gritos de la señora de la casa con cancel rojo a sus hijos: “¡No han hecho la tarea!, ¡Ya me rompieron un vidrio!, ¡Métanse, ya es tarde!, ¡Se están ensuciando y tienen que ir a misa!”.

LA PUERTA CERRADA

Cuando su familia salía de casa, tenía que ir Rebeca, no podía quedarse sola, aunque lo deseaba. Tengo a mi perra Carmela ¿qué más quiero?, pensaba.  Seguido la encargaban con la tía Tere, una señora mayor, “Señorita, aunque cueste más trabajo”, una mujer soltera que vivía sola. Su casa parecía museo con cosas antiguas heredadas de su madre: un sillón estilo Luis XV, un par de lámparas “art déco”, una vajilla de porcelana china, unos espejos churriguerescos, muchas macetas de talavera con plantas, y un televisor pequeño en blanco y negro.

Había algo que Rebeca no entendía, había una puerta cerrada que su tía Tere le había prohibido abrir. “Pásale mija, siéntate en el sillón, ponte a ver la tele, nomás, ya sabes, no puedes abrir esa puerta, ¿eh?”. Las tardes que pasó en casa de la Tía Tere nunca abrió la puerta, eso le hacía fantasear qué había detrás: “¿Será que mi tía es extraterrestre?, ¿ahí están sus compañeros marcianos?, ¿tendrá escondido un tesoro lleno de monedas de oro?, ¿será una máquina del tiempo?”.

La prohibición genera curiosidad y, a falta de información, los pensamientos fantasiosos afloran. Para la curiosidad de Rebeca, tener frente a ella una puerta que le prohibieron abrir, resultaba un caldo de cultivo de historias extrañas y divertidas: “¿Y si mi tía se transporta a otros universos y resulta que es la reina de una galaxia?, ¿es una asesina y ahí guarda los cuerpos de sus víctimas?, ¿y qué tal que lo que tiene ahí detrás es al mismísimo chamuco con sus patas de cabra?”. Tal era su curiosidad que no tuvo más remedio que preguntar a su papá: “¿Qué tiene la tía atrás de la puerta negra que nunca abre?”. Su papá estaba tan metido en sus asuntos que no entendió la pregunta, sólo alcanzó a escuchar: La puerta negra. “Ese es el nombre de una canción que no deberías conocer m´hijita, es como de albañiles”. Comprendió que no tendría información si le preguntaba a su papá. Se resignó a seguir con la duda.

Días después la llevaron de nuevo con la tía Tere “Pásale mija, siéntate en el sillón y ponte a ver la tele, nomás, ya sabes, no puedes abrir esa puerta”. Pero pasó algo diferente, sonó el timbre de entrada, la tía Tere se acomodó el cabello con un pasador, se fajó la blusa tejida y aclaró un poco la garganta antes de abrir. Entró un señor ni muy alto ni muy bajo, ni muy gordo ni muy flaco, eso sí, ya un poco viejito para Rebeca, como de 45 años y la tía Tere por fin abrió la puerta prohibida. Pasaron ellos dos, Rebeca no. Dejaron la puerta emparejada y Rebeca pudo curiosear desde lejos.

LA REVELACIÓN

Más muebles y objetos de museo, cuatro mesas, carpetas tejidas sobre los descansabrazos, floreros con flores de plástico, la imagen del Sagrado corazón de Jesús, ceniceros, muchos ceniceros de diferentes estilos y varias fotografías de la mamá de la tía Tere, pero ninguna de su padre porque nunca lo conoció, ella fue fruto de una relación prohibida con un señor de la alta sociedad tapatía.

Lo más interesante no fue qué había dentro de esa sala sino quién había entrado en ella. No era el novio ni el esposo, mucho menos su amante, era el “relacionado”, una suerte de compañero sin derechos carnales, sin sexo, sólo un beso en la mejilla al llegar, otro al salir. Se trataban con mucho cariño sin tocarse. Rebeca estuvo atenta cuidando que no la descubrieran. Se llamaba Braulio. Escuchó muchas cosas que no entendió, hablaban de gente que se nombraban en las noticias de la radio local y de los “compañeros del movimiento”, de algo que llamaban 23 de septiembre, de que tenían que tener mucho cuidado. Al final se despidieron con respeto. “Hasta siempre compañera, tiene que ser valiente”.

Braulio salió de la casa de la tía Tere. Al cerrar la puerta la tía no dijo nada, se sentó en silencio junto a Rebeca. Una lágrima, sólo una, rodó por la mejilla de Teresa como la llamó Braulio.

LA LIGA Y EL SECUESTRO

A los pocos días, durante el desayuno, las noticias informaron cómo la policía había capturado a unos integrantes de la Liga 23 de septiembre que habían participado en el secuestro de un empresario además de un cónsul, mencionaron el nombre de Braulio. Rebeca relacionó esta noticia con lo escuchado en casa de la tía Tere. La curiosidad le estaba atormentando, quería saber. Preguntó a sus papás sobre el 23 de septiembre y qué era eso de secuestro. “Son noticias de adultos, una niña no debe de escuchar eso. Cómete tus Zucaritas y apúrate o vamos a llegar tarde a la escuela”. Nada respondían a sus preguntas. En la escuela también consultó con la maestra “¿Qué es eso de secuestro?”. Tampoco obtuvo respuesta: “Estamos repasando las divisiones con decimales, concéntrate en eso”. Desilusionada evitó preguntar qué era eso de 23 de septiembre.

Cuando la llevaron a casa de la tía Tere, Rebeca esperaba verla triste y con los ojos rojos después de tanto llorar, como cuando una mañana vio a su hermana, la de en medio, con los ojos hinchados porque había llorado toda la noche. En secreto había escuchado a sus hermanas platicar. “Voy este fin de semana a que me saquen el chiquillo, tú diles a mis papás que voy con Flor a pasar el fin de semana, ya junté el dinero para la operación”. No quiso preguntar, no le iban a contestar.

La tía Tere no tenía los ojos rojos cuando la recibió, como siempre la sentó a ver televisión mientras subía a lavar la ropa. Rebeca se quedó sola y, curiosa como siempre, encontró una carta debajo de la carpeta tejida junto al televisor. Estaba firmada por Braulio. Sin hacer ruido la abrió y leyó: “Tienes que ser fuerte, el movimiento necesita gente valiente, lo más probable es que ya no nos veremos, en la cárcel la gente como yo desaparece”.

No pudo leer más, escuchó a la tía Tere bajar por las escaleras. Cerró la carta, la puso en su lugar. Cuando llegó la tía vio sus ojos mojados, dos gotas bajaron por sus mejillas. Rebeca se quedó callada con las preguntas atoradas: ¿Qué hizo Braulio?, ¿por qué no podían vivir juntos si tanto se querían?, ¿a dónde lo habían mandado?, ¿cómo puede desaparecer la gente en la cárcel?, ¿qué es un secuestro?

LA VIDA DESPUÉS DE BRAULIO

A la tía Tere no la vió triste, siempre fuerte como Braulio le había dicho en su casa. Rebeca evitó preguntarle quién era, sabía perfectamente que no iba a tener respuesta, que le iba a responder con una orden. “Ponte a ver la tele y evita meter tus narices en lo que no te llaman niña”. Braulio pareció ser un fantasma, un alma que la visitó ese día y dijo palabras que a ella no conocía.

Siguió siendo la señorita directora de un jardín de niños de la colonia Santa Tere, una santa que era su tocaya. La maestra respetada, recatada, firme, seria y, sobre todo, célibe, todo un ejemplo de mujer.

Rebeca fue creciendo, sus visitas dejaron de ser frecuentes hasta que dejó de verla, sólo la saludaba los días previos a la Navidad cuando iban a visitarla y a darle sus buenos deseos con un panqué de plátano, un fruit cake o un pay de nuez de la Nevería Unión. El último invierno que la visitaron, unos meses antes de morir, la tía Tere, postrada en una silla de ruedas, recibía el apoyo de la enfermera de turno. Rebeca solicitó pasar al baño, caminó junto a la vieja televisión en blanco y negro y justo arriba de la carpeta vio un papel amarillento. Madera, periódico clandestino. ¡Proletarios de todos los países unidos! Liga comunista 23 de septiembre. Tenía unas palabras escritas con tinta: Para Teresa. Con mucho cariño. Hasta siempre con valentía, Braulio. Rebeca tomó el periódico y leyó noticias y editoriales que reportaban sobre la desigualdad y la lucha revolucionaria en México. No pudo leer más, entró la enfermera que fingió no darse cuenta de la curiosidad de Rebeca. Al terminar la visita, en medio de la despedida, la enfermera le dijo en voz baja: “No se preocupe aquí cuidaremos bien a la compañera Teresa, su tía”. Estas palabras fueron como explosión en su cabeza: pensó en Braulio, la Liga 23 de septiembre, la compañera Teresa, la carta, el periódico y en la enfermera, todo parecía estar unido.

Rebeca comenzó a ver con otros ojos a la tía Tere, además de la señorita directora del kínder, era la compañera Teresa. Un par de meses después, en el velorio de la tía, muchas personas la fueron a despedir, a la mayoría no las conocía, ni sus padres sabían quienes eran. Llegaron varias coronas de flores con su respectivo letrero: “Con admiración señorita directora”, “Siempre la recordaremos señorita directora”, “De sus alumnos con cariño” y “Hasta siempre con valentía”

A Rebeca no le respondían sus preguntas, pero su curiosidad se las contestaba todas.