
Doña Cuca
Por Katya López
Mole con pollo, flautas, pozole, tostadas raspadas con carne deshebrada, huaraches, sopes de frijol, de mantequilla y de picadillo y una buena salsa de tomate y un chilito bien picoso para los valientes. Agua de jamaica y de horchata, para los gustos extravagantes, de tamarindo y alfalfa. Pero nada mejor que una Coca en vidrio, bien helada.
Me llaman la musa de la cenaduría, la reina de septiembre, y Cuca para los amigos. Al pie de la carretera, frente a la plaza del pueblo, me encuentras, siempre puntual desde las siete hasta las diez y media de la noche. Nada mejor que cenar después de la misa de ocho.
—¡Pásele, pásele! Aquí sanamos el corazón roto y el estómago vacío. Tenemos de todo, para todos los gustos: para los borrachos y los crudos, para el niño y la niña, para el marido corajudo, la esposa regañona y la abuela sonsacadora.
Como cada año, espero con ansias septiembre, el mes en que todos recuerdan que son mexicanos y se olvidan de idolatrar al otro lado. Preparo todo para la fiesta del pueblo. Nunca falta quien quiera dar el grito ya cenado. Arreglo bonito mi changarro, con papel de china colgado de lado a lado de los árboles, un mantel tricolor y banderitas de México.
Los vecinos y los parientes comienzan a juntarse alrededor de la plaza municipal, mientras otros bailan al ritmo de la banda, y, por supuesto, uno que otro sale de casa con hambre y con ganas de un pozole con mucho limón y lechuga.
La noche apenas empieza y ya llegaron por otra ronda de flautas con carne, mientras la multitud observa la pasarela de las jóvenes luciendo sus amplios vestidos, para al final conocer a la ganadora que será la reina de septiembre.
Se llegan las once de la noche y todos levantan sus vasos mientras el Presidente Municipal comienza con el Grito de Independencia. Al terminar el Grito, regresan los clientes a cenar antes de que termine la fiesta. Aún quedan huaraches y sopes de picadillo y, para bajarlos, agua de jamaica.
—¡Pásele, pásele! No deje que le llegue la cruda. También tenemos jericaya calientita, buñuelos enmielados, atole de cajeta, champurrado y café de olla endulzado con piloncillo.
La lluvia, como es costumbre en este día, comienza a hacerse presente y a espantar a todo el pueblo. Corren de un lado a otro para ir a sus casas y refugiarse del agua. Y así, otro 15 de septiembre pasa volando, entre risas, gritos y bailes.

Un grito de independencia
Por Alejandra Maraveles
Supongamos que todo comenzó el pasado 16 de septiembre, durante la fiesta mexicana familiar a la que fui llevada con chantajes emocionales y la promesa de un rico pozole.
Supongamos que no me cumplieron la promesa del pozole, porque sólo había tacos, los cuales apenas alcanzaron de dos tacos por persona.
Supongamos que, durante la sobremesa, mi cuñado hizo unos comentarios.
Supongamos que esos comentarios “ofendieron” a la nueva prima política de la familia.
Supongamos que ésta jamás logró definir cuáles palabras salieron de boca de mi cuñado, ni por qué resultaron tan insultantes.
Supongamos que a raíz de este suceso mi hermana y yo fuimos excluidas del resto de festejos familiares en los siguientes 365 días.
Supongamos que esto en verdad ocurrió.
Supongamos, entonces, que estoy en deuda con mi cuñado, porque esos comentarios se convirtieron en un verdadero grito de independencia para mí, liberándome de esa familia tóxica.

Recuerdo
Por Miriam Prudencio
Luces de colores por todos lados, risas ruidosas y comida a montones por doquier. Recuerdo todo aquello de la casa de la abuela donde nos reunimos siempre, los tíos con las botellas en la mano jugando a la lotería, los aromas tan fragantes de la cena llenando nuestros estómagos, nada ha sido tan cálido como la casa de los abuelos.
Recuerdo los mares de gente a mí alrededor y cómo solían darme miedo, mientras todos esperaban la hora de dar el grito, me aferraba al brazo de mi madre tratando de evitar a la muchedumbre. Después de aquel año, mis padres decidieron ver todo aquel espectáculo desde casa, año con año veíamos el desfile de presidentes tocando la campana pronunciando los nombres de los supuestos héroes de la patria.
De todo aquello, lo que más me emocionaba era ver a la abuela en la cocina, el aroma del pozole y tamales, solía reunir a la familia siempre alrededor de la mesa mientras los primos seguían hablando, los tíos cada vez estaban más borrachos, seguramente disfrutarán mucho de los chilaquiles picosos reservados para la mañana siguiente. Ayudar a la abuela en la cocina era lo que más disfrutaba de esperar el 16 de Septiembre con ansias, todo el aroma a especias y la interminable masa de tamales.
Sin que nos diéramos cuenta los días cambiaron, la casa de los abuelos había perdido calidez con la partida de la abuela, el grito se seguía dando como cada año con cada nuevo presidente, aunque ya no nos reunimos en la casa que vio crecer a más de una generación. Cada año seguimos cambiando de punto de reunión donde se preparan diferentes platos típicos, pero nada sabe igual, aunque la masa sea preparada siguiendo el puño y letra de la abuela, no es lo mismo siempre hace falta algo.
Incluso cuando mi madre es quien la prepare no sabe igual a la de aquellos días en casa de los abuelos, con las banderas típicas de las fechas, los manteles verde, blanco y rojo que cubrían las diferentes mesas donde nos repartíamos, pintábamos nuestras caras con la crayolas tricolor que vendían en la papelería, esperando escuchar el mismo discurso de siempre.
Pero nada de eso nos importaba, sólo queríamos comer los tamales que preparaba la abuela dos veces por año, sabíamos que no los volveríamos a probar hasta nochebuena. Sólo una vez pude curarme la cruda con los chilaquiles picos que servían en la mañana cuando todos por fin despertaban, esparcidos por la sala y las habitaciones abriendo los ojos gracias al aroma del café de olla recién preparado, con bolillo y pan de caja listos sobre la mesa como entrada antes de comer el desayuno.
Las luces y el día seguían siendo los mismos, pero ya nada me sabia igual, al escuchar el discurso del presidente y voltear a ver la mesa que tenía los tamales me parecían tan diferentes, porque ya no los preparabas tú, ya no tenían la calidez de tus manos, ni las largas carcajadas que solíamos dar cuando los preparábamos pensando en lo interminable de la más. Finalmente escucho el televisor apagarse para ver cómo todos pasaban a la mesa a disfrutar de estar con la familia, aunque incompleta, siempre llevábamos tu recuerdo.

Patria
Mariá Rábago
Mi nación de un verde vivaz,
Mi corazón en ella de un blanco resplandece
Y mi espíritu se viste de rojo en su atardecer.

El grito
Por Maggo Rodríguez
La Lupe está necia con que vayamos a la plaza a ver al presidente el 15 de septiembre. Yo no quiero ir, ni por la banda tan famosa que va a tocar. Quiero ahorrarme los empujones, los niños berrinchudos, las carriolas que nomás estorban y me pegan en los chamorros; prefiero no escuchar al cabrón hipócrita que grita que vivan los héroes y el Hidalgo y la Josefa, había de lavarse bien el hocico, porque con todas las tiznaderas que hace deshora a toda esa gente que nos dio patria, que murió por nosotros. No quiero parecer un pollo torciendo el pescuezo para ver los bonitos cuetes, me aturde la sonadera de campanas y matracas y esas cornetas de plástico que no duran ni una soplada. Pero la Lupe me dijo que trabajó horas extras y que me va a invitar un elote y un pozole grande de doña Guille; ni modo de no ir.

El grito en el patio de la escuela
Por Juan Romo
La maestra Pau tenía todo organizado para la celebración de la Independencia en la escuela. Sus niñas y niños estaban preparados para el grito. Martín, representando al padre de la patria, se había aprendido lo que debía exclamar en el patio de la escuela. El día previo resolvió el estandarte, imprimió a la virgencita en Office Depot y el palo de escoba que tomó prestado de casa de su mamá estaba macizo, resistía muy bien el peso de la tela y la impresión pegada con UHU. Todas las niñas y niños estaban avisados de que debían ir vestidos con colores verde, blanco y rojo y que tenían que responder a cada frase de Martín con un ¡Viva!, fuerte y claro.
Cinco minutos antes de la entrada le avisaron que Martín había amanecido con temperatura y que no lo iban a llevar a la escuela. Sintió el terror, se le revolvió el estómago… el mundo se le vino encima, todos los niños tenían pánico escénico, solo Miriam podía hacerlo bien.
Improvisó, le puso unos pantalones, le dejó la camisa blanca y le consiguió un chaleco verde. Detalladamente le explicó:
—Tienes que decir: ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! ¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Allende! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez! ¡Viva la Independencia Nacional! ¡Viva México!
—Es mucho, maestra.
—Bueno sólo di: ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!, ¡Viva México!, ¡Viva México!, ¡Viva México!
—Sipirili: ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!, ¡Viva México!, ¡Viva México!, ¡Viva México!
Todo parecía bajo control. Miriam subió al estrado como Miguel Hidalgo con el cabello suelto, tomó el micrófono, la maestra la vio concentrada, inmutable, el micrófono hizo uno de sus ruidos de siempre pero no asustó a la niña que aclaró su garganta y gritó: ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!, pero, sobre todo, ¡que vivan las niñas! Todas las niñas y las mamás estallaron al grito de ¡VIVA!, ¡VIVA, ¡VIVA!, en un verdadero deseo de independencia para las mujeres.

Minificciones
Por Margaret Sandoval
Festejo
Las fiestas patrias fueron un funeral para mis vecinos.
Plantada
Mi vecina quiso festejar las fiestas patrias, pero fue repatriado su marido.
Honor
Lleno de orgullo se vistió con los colores patrios, tanto que lo confundieron.
Mes patrio
Apenas comenzó septiembre, los estantes ya estaban invadidos por productos navideños.
15 de septiembre
Prohibieron la venta de bebidas alcohólicas a partir de las 9:00 pm. Quedaron vacías las bodegas desde las 5:00 pm pegaron el grito los dueños y los clientes.

Lotería
Por Alejandra Maraveles
¡Ay, sí comadre!, vamos jugando a la lotería y mientras, le cuento el chisme, “La muerte”, Verá que se murió la esposa del primo, ya sabe, la enfermedad se la llevó a la tumba. “El camarón”, y no, él no se durmió en sus laureles, todos pensábamos que estaría re triste, “el cotorro”, pero no, de inmediato se unió a las fiestas familiares y hasta se ponía a decir chistes y a cantar. “El músico” … algunos hasta bromeaban que se creía el nuevo Pavarotti, “El mundo” y como ya se le veía bien, suponíamos que se iría de viaje por las Europas o por esos destinos de Medio Oriente que tanto llaman la atención… “El gallo” … pero no lo hizo, no se espabiló ni se despertó, se quedó aquí, y en una fiesta de amigos conoció a esa mujer “La araña”, ésta se pavoneaba de aquí para allá, “la dama”, se hacía pasar por alguien de la alta, “el catrín”, hasta comenzó a cambiar la forma de vestir de él e incluso lo puso a dieta, y zas, “La campana”, que el muy idiota le propone matrimonio, y mientras preparaba la boda, la fulana, “el alacrán”, sacó a relucir el cobre, la familia empezó a notar cosas, “la escalera”, la tipa es una trepadora. “El soldado”, y él, bien tonto, siguiendo sus órdenes como si ella fuera una reina “la corona” y la cosa, es que mientras todos pensábamos que se conseguiría “la sirena” a una chica hermosa, ésta ni eso, fea, gorda, vieja, sin clase, sin el dinero que presumía. “El diablo”. ¡Ah, comadre!, ¡Lotería! ¡Lotería!, gané.

Mi patria
Por María Rábago
Abrió sus manos para que caminara sobre ellas, levantándome por encima de sus campos,
Perfumó mis sienes, con sus olivas.
Me subió por encima de sus montañas
Vigilando mi canto, para que fuera sereno y franco,
Me coloco al lado de sus ríos quitándome el llanto,
Término por elevarme al sol, para encender mi corazón.
Siempre me mantuvo entre sus manos
como su más sagrada perla.
Me cultivó con su riqueza.
Ya no me tiene entre sus manos, mi querida
patria. Ahora sé que estoy en sus entrañas.

Fashion
Por Maggo Rodríguez
Me gustan estas fechas y noviembre también. Porque puedo hacerme trenzas sin que nadie me diga “pareces indita”, por fin me pongo botines rojos y el pantalón blanco sin que alguien piense que soy un gnomo empleado de Santa Claus; me pinto los ojos con sombras verdes y brillos dorados con la seguridad de que no cuestionarán el color fuera de temporada. De aquí a unas semanas puedo usar arracadas, listones y moños multicolores, como el rosa mexicano que me hizo mi madrina Chayo. Voy a comprarme un rebozo de colores, porque conmigo los trajes sastre no van, ni yo con ellos.

