Es el olor de todas mis edades

Por Marisol R. Arnot

[…] es necesario dominar el ritmo de la respiración,
así como darse cuenta de que el universo entero
existe de acuerdo con un ritmo definido, y que
ustedes, siendo una fracción de ese universo,
también están sujetos a las leyes del ritmo.
KONSTANTÍN STANISLAVSKI


No sé si sea por pudor el que nadie lo cuente, o simplemente el analizar el olor de la propia pipí no sea una práctica común. Y puedo entenderlo, nos han enseñado desde pequeños a alejarnos lo más pronto posible de todo lo que cae al escusado. Pero yo, confieso que lo encuentro placentero: me gusta analizar el olor de mi pipí. A decir verdad, casi nunca huele, justamente porque, como estoy obsesionada con encontrarla transparente y sin olor en particular, me aseguro de beber la cantidad de agua suficiente para que mis orines salgan siempre “limpios”. Y atención, que he dicho me gusta “ANALIZAR” el olor de “MI pipí”, con lo cual no siempre me gusta el olor que emana. Por ejemplo, cuando como espárragos, se desprende un olor desagradable, el cual noto desde la primera ida al baño después de haberlos consumido. Atendiendo a mi curiosidad, recientemente me enteré de que los espárragos contienen la sustancia asparagusic acid, un compuesto rico en azufre. ¡Ah, con razón!, dije. También leí que no todas las personas producen la enzima que metaboliza dicha sustancia y por ello no son capaces de percibir el olor. Yo puedo decir que soy de las afortunadas que sí lo percibe, aunque sea desagradable.

Y digo que soy afortunada porque, aunque me da la impresión de que el olfato es un sentido infravalorado (porque no se considera discapacitada a una persona que no huele ¿o sí?), yo no podría imaginar mi vida sin poder olerlo todo: el café, la mañana, la tierra mojada después de la lluvia, el olor del campo (con todo y el olor de caca de vaca, me encanta); el olor del mar; el chocolate, la canela, la vainilla… Vainilla, me gusta la vainilla porque es un olor suave, no empalaga. Se dice que los conquistadores españoles de México conocieron esta especia en las costas de Veracruz, le pusieron ese nombre porque según ellos, su fruto se parecía a la vaina de, una espada, pero diminuta. Pues no lo sabía, pero me gusta la palabra porque también es suave y siento que está viva. Me divierte imaginar que si rasco sobre este texto, el olor se desprendería. La palabra vainilla huele a vainilla.


Por otro lado, pienso que el olfato no es un sentido estático, el portal al que nos permite acceder es inmenso. Hasta diría yo que es atemporal (¿o eterno?). Porque la respiración no solo es la base de la existencia física, sino que nos permite revivir momentos de otros tiempos. Porque somos capaces de oler el pasado al recordar el olor de los abuelos, de los padres, del primer salón de clases, de nuestro primer amor. Mi primer amor olía a sudor de “skato”: olía a calle, a asoleado con unas notas de perfume pirata. Pero amaba su olor porque solo él podía oler a él.

Mi abuelo, por ejemplo, cuando salía de la ducha olía a jabón neutro, no le gustaba usar colonias porque decía que solo le interesaba oler a limpio. Y así era, hasta que pasaba días sin bañarse y el sudor disipaba el olor a jabón. “Abue, ¿no te quieres bañar para que estés fresco?” Le decía con sutileza. “No, no tengo ganas, hija”. Pero no es el olor a jabón lo que me trasporta a la convivencia con mi abuelo, yo más bien diría que es el olor de la madrugada, será por eso mi obsesión por despertar a las cinco de la mañana, aunque no tenga nada en concreto que hacer a esa hora. Porque ese olor me conduce a tantas mañanas que pasé a su lado, cuando me llevaba con él a trabajar. Recuerdo el olor de su pick up mugrienta, el olor al café derramado en los asientos; recuerdo el olor a la tierra de los caminos pedregosos por los que transitábamos; el olor de los negocios a los que les vendiamos… El de las casas pobres en donde también entregábamos pedidos, un efluvio que solo se da en esas casas con una sola bombilla, en donde tienen la cama, el baño y la cocina dentro del mismo cuadrado de paredes. También recuerdo el olor del pan recién horneado que comprábamos para el almuerzo, sobre todo el de las bolas dulces, que me gustaba abrirlas para oler el humo del migajón caliente. Y al regresar del trabajo, en la cochera de su casa, el olor de las gardenias nos daba siempre la bienvenida, “eran las favoritas de tu abuela, que en paz descanse”, me decía. Otro portal que se abría hacia el pasado de mi abuelo. Por eso creo que me gusta madrugar, para viajar a esos pasados, para acariciar el recuerdo y sentir a mis abuelos cerca. “Resulta extraño que lo más intangible sea lo más permanente”.1

Cierto es que, siendo yo una PAS (Persona Altamente Sensible):

“Un rasgo de comportamiento que fue definido en los años noventa por la psicóloga norteamericana Elaine Aron… […] una condición que afecta entre el 15% y el 20% de la población mundial… […] al parecer (las PAS) son capaces de percibir y procesar más información sensorial de manera simultánea.” 2


En otras palabras, yo soy una de esas personas que siente mucho como la vida penetra por todos los poros del ser, por medio de todos los sentidos, pero debo decir que el olfato es uno de los que creo tener más agudizado. Y es hermoso, cierto, pero también tiene ciertas desventajas que no ocurren con otros sentidos. Porque, por ejemplo, cuando no quiero ver algo, pues cierro los ojos, ¿cierto? Si no quiero probar algo, pues cierro la boca. Si me molesta algún ruido, me pongo tapones o música agradable. Con el tacto: no se toca lo que no se quiere tocar. Fácil, ¿no? Hasta aquí vamos bien. ¿Pero qué hacer ante un mal olor? ¿Dejar de respirar y por lo tanto morir? Claro que he buscado técnicas para dejar de oler voluntariamente, como cuando estoy frente a la boca hedionda de algún interlocutor, por mencionar algo, ¿qué hago?, bloqueo el conducto nasal y respiro por la boca. Pero no es una práctica sostenible por un lapso prolongado. Además de que, en cuanto abro de nuevo el conducto, parece que una bocanada de hedor queda atrapada en las paredes de mi laringe y termino por tragarme el mal olor. Sin mencionar que también la garganta se reseca. O sea que no vale de mucho mi técnica, no la recomiendo.

Y por eso vuelvo a la idea del portal atemporal. Porque al percibir, por ejemplo, ese olor de boca, mi concentración se disuelve y pienso en hipótesis que me ayuden a comprender cómo es que la persona es incapaz de darse cuenta de que le huele la boca. Y como puede hablar tanto y además sonreír. “Una persona normal”, dice la neurobióloga española Mara Diersen (hablando de las personas no PAS), “controla la atención mediante la inhibición de respuesta a estímulos irrelevantes”. Pero yo no puedo, un olor a boca sucia no me es irrelevante, como no lo es un olor de cabeza sucia, como no lo es un olor a perfume corriente, como no lo es un olor a ropa guardada, como no lo es el olor de casa encerrada por semanas, como no lo es el olor de fritanga atrapado en la ropa. Olores que quizá (como dice Diersen), la gente “normal” no percibe (o no repara en ellos, mejor dicho). Sin embargo, yo sufro. Sufro de verdad.

A pesar de dicha “anormalidad” descrita y el sufrimiento colateral que conlleva tener el sentido tan agudo, me sigo sintiendo afortunada de no tener un handicap olfativo. Porque para mí el olfato es un puente:

“[…] Es el olor de todas mis edades,
del niño absorto y puro,
del claro adolescente eléctrico y espeso,
de un joven con insomnio que soñaba
fantasmas del amor, y es también el olor
que al transpirar mis sueños
dejaron en las sábanas.”3

Es el olor a fresa que tenía la primera muñeca que me trajeron Los Reyes Magos.

Es el olor de la leche en cartón que me daban en el kinder para el desayuno.
Es el olor a los pasteles de lodo que hacía cuando finalizaba una tormenta.
Es el olor a parafina cuando se iba la luz y hacia la tarea bajo la luz de una vela.
Es el olor de mi padre cuando llegaba de la vendimia: a pan de Medias Noches, a jitomate, a cebolla, a salchicha con tocino.
Es el olor a Suavitel y a flores de jazmín de mi mamá Lupe.
Es el olor de mi adolescencia: a caramelos con picante, chicles de frutas y cerveza.
Es el olor de mi amor apasionado: “aroma de placer, de feromonas”4 . “Parece, cuando se ama, que el mundo entero tiene rumor de primavera”. 5
Es el olor de los países que me habitan: a flor de cempasúchil, a pan con aceite y tomate, a peperoncino con brisa de mar.

Y es también el aroma fugaz del futuro. El olor a la tierra de mi propia sepultura.

Entonces, por eso, aunque la vida y la muerte se me atiborren en la nariz, siento la obligación de custodiar mi olfato hasta mi último respiro.

Madrid, España


1 Emily Dickinson

2 El peligro de estar cuerda, Rosa Montero

3 Fragmento de poema, Mi olor a ti, Leopoldo Alas Minguez

4Verso de Mi olor a ti, Leopoldo Alas Minguez

5 Fragmento de poema, El amor ¿A qué huele?, Juan Ramón Jiménez.