
Por Maggo Rodríguez
La voz en off de “SISTEMA 19” siempre se hacía acompañar de una cálida sonrisa, aunque fuera a lo lejos se distinguía a la perfección la alegría con la que saludaba. Yo nunca lo escuché gritar o decir una majadería; la voz procuraba transmitir cordialidad, nada de enfados, no digo que no se angustiara o se molestara o regañara, todos sentimos esas cosas, hasta él era humano.
Hablo de la voz que incontables veces llamó a la pista a los novios para su primer vals; esa que anunciaba el baile sorpresa de una entusiasmada quinceañera; la voz que pronunciaba la cuenta regresiva en los bailes de “la Canchita” en año nuevo; esa que animaba a bailar “Payaso del Rodeo” o una buena cumbia y que, aunque estuviera del otro lado del río en una fiesta en Orduña, reconocía a la perfección.
De Hugo era la voz en off que infinidad de fiestas amenizó, pero no sólo eso: era la voz de un padre que aconsejaba con cariño, que advertía detalles a sus colegas ciclistas en los caminos recorridos cada domingo; él portaba la voz que acompañaba a su esposa, que conversaba con sus hermanos y que dignificaba el trato con cualquier persona, sea de la talla, condición u oficio que fuere.
Hace casi diez años la escuché por última vez; o quizá menos. No por algún motivo específico, sino porque nuestros caminos simplemente no se volvieron a cruzar. Vaya que recuerdo lo último que platicamos: me habló desde el corazón, desde un lugar de él en el que no cabía otra cosa que no fuera el amor por sus hijos.
Apenas unas semanas atrás, la voz en off bajó el telón. Un legado nace, un hombre muere. Qué fácil es pensar “El show debe continuar” y qué difícil es seguir; pesa, duele, paraliza, una carga enorme se estiba en los hombros de quienes se quedan y pareciera que cada paso que se da hunde el corazón destrozado de familia y amigos a quienes la voz amó.
¿Y qué sigue? ¿Qué pasa cuando todos se van, cuando el silencio invade el espacio que antes ocupaba una conversación? ¿Ser fuertes? A veces se endurece de más el pecho, ¿llorar? Por qué no, pero sin ahogarnos en un mar de lágrimas, ¿ignorar, olvidar? ¡Jamás! Porque las memorias de risas, amor, aventuras, de noches llenas de enseñanzas; de sacrificios, compañerismo, cariño, fraternidad e incluso esas que dejan en la boca un sabor agridulce son las que vivimos junto a él, junto a su voz.
Esto no es una guía para el duelo, ¿quién soy yo pare decir qué hacer o dejar pasar? Sólo soy una escritora, una sobrina, una simple espectadora del escenario de la vida. No pretendo nada más que no sea honrar la memoria de un hombre que vivió, así, vivió; y que los abrazos al cielo se mandan con la misma calidez con la que dos corazones latientes se envolvieron un día.
