Le rondini

Por Marisol R. Arnot

A Rita Richichi.

 A Italia.

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

“Yo no soy ninguna asesina. Si tú te empeñas en hacerlo, adelante, pero yo no voy a participar en tal acto sanguinario”. No, así no, suena agresivo y no es la manera en la que deseo persuadir. Además, la frase “Si tú te empeñas en hacerlo”, deja abierta la posibilidad de que ella lo haga con o sin mi ayuda. Y no solo se trata de no ser cómplice, si no de evitar la atrocidad. “Yo pienso que no tenemos ningún derecho de interrumpir su camino”. No, demasiado suave.

La verdad es que no sé cómo decirle a Rita que no quiero hacer lo que me ha pedido que haga. Entiendo que sea la dueña de la casa, pero no es la dueña del universo. Y ellas, que sólo vienen de paso, que ni siquiera piden alimento ni agua, tienen el mismo derecho de vivir y de habitar el espacio en el que coexistimos.

Y yo como ellas, también estoy de paso en esta casa, en este pueblo y en este país por una cuestión migratoria. Nuestro origen no es el mismo, ni mucho menos lo es nuestro destino, pero también soy una migrante. Como ellas, sé lo que significa tener que abandonar la tierra de uno y abrirse caminos en territorios lejanos: se borran las fronteras al mismo tiempo que se desvanece la identidad. Sé lo que significa tener que construirse un hogar una y otra vez, las veces que sean necesarias. Como ellas, sé lo que significa tener que adaptarse a un nuevo ecosistema, a nuevos alimentos, a nuevas costumbres y a nuevos códigos de comunicación. Exponerse a nuevos peligros y a distintos depredadores. Adaptarse o morir. No somos ni de aquí ni de allá, pero somos siempre del espacio que ocupamos. Y por eso las quiero defender.

Llegué a esta casa hace un año. Fue entonces que conocí a Rita, una mujer menudita y simpática que parece pasar los setenta años. Confieso que al principio no lograba comprender todas sus palabras, el italiano no es mi lengua materna. No comprendía sus palabras, pero por sus maneras comprendí enseguida su obsesión por el orden y por la limpieza. Cuando me entregó las llaves de la casa y me indicó en dónde se encontraban las toallas y las sábanas, recorrió cada rincón con una franela en la mano para levantar el polvo en caso de que lo encontrara. Movió muebles de un lado a otro en busca de un mejor acomodo, aunque al final terminara por regresar los muebles a su lugar inicial. Me indicó los distintos cestos para separar la basura y me hizo hincapié en mantener la casa impecable. “Pulita, pulitisima”. Realmente Rita es una mujer amable, carismática, y es por eso que me cuesta comprender que en ese cuerpecillo nervioso pueda caber la idea de realizar un acto tan cruel como el que ha pasado por su mente. Su argumento es que ellas ensucian demasiado.

Cuando me lo pidió, fue fácil ignorarla escudándome en la barrera del lenguaje, aunque ella hiciera su mayor esfuerzo con su mímica.

Fai così —tomó un tubo de la terraza y me mostró exactamente cómo debería ejecutar la masacre—. Pero pones bolsas de plástico en el suelo por si se salpica de tierra o de sangre.

Non capisco niente —le respondí encogiéndome de hombros. Y no es que no “caspiscara”, pero me negaba a obedecerla.  

Va bene. Dopo vengo e lo faccio io —dijo en un tono desesperado. Por fin se rindió y colocó el tubo detrás de la puerta.

Defender a mis compañeras migrantes fue mi principal motivación para aprender italiano. Sentía la necesidad de encontrar las palabras correctas para ganarme la confianza de Rita y convencerla de no llevar a cabo el salvajismo. Y cuando habían pasado cinco meses y había avanzado al nivel tres de mi curso intensivo del idioma, hice un primer intento de defensa. Le mandé un mensaje que decía: “Buongiorno, Rita, prima che arriva di nuovo la primavera, ti volevo dire che non sono d’accordo con distruggere i nidi degli uccelli”. “Parliamo dopo”, me respondió con prontitud sin siquiera cuestionar ni dar paso a un debate. “Hablamos después”, ¿después cuándo? ¿Qué significaba eso?

Me di a la tarea de analizar mi mensaje y me di cuenta de que al decir “uccelli” mi discurso quedaba muy ambiguo. Supongo que por eso el mensaje no penetró. Porque no son pájaros cualquiera, son golondrinas. Entonces decidí prepararme para el siguiente intento. Dupliqué mis esfuerzos por aprender la lengua. Estudié con más ahínco, comencé a ver películas en italiano, a leer en italiano, a escuchar música en italiano, a conversar con la gente del pueblo. El objetivo era claro: prepararme con buenos argumentos y con las palabras correctas para rebatir las objeciones de Rita y no permitir que destruyera los cinco nidos de golondrinas que se encuentran en el techo de la terraza.

Ha pasado un año. Ha llegado de nuevo la primavera. Las pequeñas aves comienzan a llegar para reconstruir las partes de los nidos que han sido afectadas por las lluvias y los fuertes vientos del invierno. He avanzado bastante en el aprendizaje de la lengua. Capisco molto, parlo molto. Golondrinas se dice “rondini”. Estoy preparada para la defensa final.

Querida Rita, te escribo este mensaje con la finalidad de invitarte a reconsiderar la petición que me hiciste la primavera del año pasado, cuando me pediste destruir los nidos de las golondrinas que se asentaron en la terraza porque dices que ensucian de tierra y de mierda. Lo cual es cierto, sin embargo, yo te propongo “ponerte en sus alas” e imaginar su recorrido, su trayectoria: viajan miles de kilómetros en busca de un buen clima y alimento para sobrevivir y para reproducirse. Luego del largo y pesado viaje, y sin siquiera descansar, trabajan noche y día acarreando lodo para construir un nido óptimo y conseguir su reproducción.  ¿Te das cuenta de que destruir los nidos, o impedir que los construyan, implica interrumpir su ciclo reproductivo y afectar todo nuestro ecosistema? ¿Te das cuenta de que obstruimos el fluir natural de la vida? ¿Del diseño perfecto?

A como veo yo la vida, debería ser un motivo de orgullo saber que este pueblo perdido en el sur de Italia cuenta con las condiciones óptimas (clima y alimento) para que otras especies deseen construir sus nidos. ¿Te das cuenta de lo gris que sería Longobardi sin el color que imprimen las golondrinas en el cielo con su revolotear? ¿No crees que vale la pena recoger algunas inofensivas cacas a cambio de escuchar su canto todas las mañanas? ¿A cambio de ver su hermoso y agitado vuelo al abrir las ventanas de la casa? ¿A cambio de verlas entrar y salir del nido cientos de veces, trayendo material para reforzar sus casas? ¿Por ver los piquitos de las crías asomarse cuando los padres les proveen alimento? ¿No crees que vale la pena simplemente dejarlas transitar? ¿Dejarlas seguir su camino? ¿Dejarlas vivir? Perché, secondo me, a volte ci vuole sopportare un po’ di merda per sperimentare e godere delle cose più belle della vita.

Hazme saber qué piensas.

P.D. He limpiado la terraza. Está pulita, pulitisima, sin caca de golondrina, puedes estar tranquila.

Longobardi Marina, Italia

Abril 2025