
Por Alejandra Maraveles
Lo conocí hace seis años, mentiría si dijera que no lo noté. Él era demasiado guapo como para no notarlo. Aun así, yo traía a alguien más en la cabeza y también en mi corazón; ese intento de casi algo no funcionó, se fue directo a la basura unos meses después. De hecho, a raíz de esa situación fue que mi relación con él comenzó. Nuestra relación no tenía nombre… No éramos amigos, tampoco amantes. Hablábamos de muchos temas, había cierto coqueteo, pero jamás sucedió nada entre nosotros.
La vida nos mandó por sitios distintos, durante casi un lustro, pensé un par de veces en él. Su imagen me llegaba a la mente, a veces de forma inesperada, en otras ocasiones me preguntaba cómo le estaría yendo, pero nunca hice un intento por buscarle. Y tal vez, así habría seguido, hasta que un amigo, seis meses atrás, durante una plática lo sacó a colación.
Haber platicado de él, me lo trajo a la cabeza, de forma casi permanente. Era como si mi amigo hubiera apretado un gatillo en mis pensamientos y los recuerdos se hubieran disparado llenando cada rincón de mi cerebro. Pasé de apenas pensar en él, a hacerlo cada minuto que estaba despierta. Su imagen inundaba mi día a día, no me dejaba descansar ni un instante, hasta comenzar a sentir una ansiedad que subía de mis dedos hasta mi garganta. Aquello se estaba volviendo una obsesión terrible.
La desesperación se apoderó de mí, a tal grado, que me comuniqué con él por medio de redes sociales. Yo esperaba encontrar algún tipo de respuesta, una razón del porqué me estaba sintiendo de esa forma. Su contestación llegó, pero fue simple, de la manera en que lo haría alguien que tiene media década de no verte. Nada fuera de lo normal. Al parecer, lo que pasaba, sólo se estaba gestando en mi cabeza.
Haberlo buscado, no me había dado una solución, por el contrario, había agravado mi condición. En medio de mi decepción, se lo comenté a mi amiga, la más esotérica, quien me recomendó ir con una bruja. Me aseguró que ésta era muy poderosa y que ella podría ayudarme con mi problema. Con desconfianza marqué al número que mi amiga me había proporcionado, e hice cita para ver a la bruja un viernes después de salir de trabajo.
Llegué a la dirección que me dio la bruja a eso de las ocho de la noche, la zona era tranquila, las indicaciones me mandaban a un departamento dentro de un complejo habitacional con, al menos, una docena de edificios. El miedo entró junto conmigo al hogar de a bruja. Ella me pasó a la única habitación que se lograba ver además del área de la sala-comedor y me comentó que mi petición, aunque un poco distinta a lo que normalmente le pedían, era fácil de realizar. Me dijo que me ayudaría a meterme a la cabeza de él. De esa manera yo sabría si él también pensaba en mí. La idea no me pareció tan absurda en ese momento y acepté el ritual que ella me había propuesto.
Me acosté en el sillón que la mujer me señaló, después de que ella me dio a tomar un vaso de agua con gotas de flores de Bach. Según la bruja, para que me relajara y fuera más fácil el proceso. El líquido me debió haber relajado de más, porque de inmediato, sentí los párpados pesados y no tardé en dormirme.
Todo en mi mente se puso oscuro, de pronto, se fue formando una especie de túnel, ¿acaso no era esto lo que decían los que morían? ¿Y si la bruja me había envenado? En ese momento, ya no importaba, ya estaba allí. En el túnel se comenzaron a ver imágenes, yo me aproximé hasta la entrada del mismo, las imágenes se movían como si estuvieran dentro de una licuadora, rodeando cada parte de las paredes, seguí caminando hasta que todo dejó de moverse y a mi alrededor una especie de pared tomó forma.
El lugar en donde mis pies se habían detenido era un pasillo de algo parecido a un museo, cuadros de distintas corrientes artísticas colgaban de las paredes. El sitio era un tanto extraño, pero al mismo tiempo era como cualquier museo, así que dudé en que eso estuviera ocurriendo en la cabeza de él. Debía recordarlo para la siguiente vez, esa bruja me había visto la cara, me había dado algo para dormir y ahora estaba en medio de un sueño, estando yo medio consciente.
No había mucho que pudiera hacer y no parecía que yo fuera a despertar pronto, así que me dispuse a ver las pinturas. Me detuve frente a la que estaba más cerca. Era una pintura cubista, no le hallaba mucha forma, aun así, le di tiempo para observarla. A medida que lo hacía, la imagen del cuadro me empezó a resultar familiar. ¿Era yo?… ¿La persona retratada en la pintura era yo?… Un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo. Miré el siguiente cuadro y entonces, allí me encontré de nuevo, cada una de las obras de arte, era yo… como si me estuviera mirando en cientos de espejos que me reflejaban en distintas poses y ropas. Aquello se me hizo en extremo raro, la bruja me había convertido en una persona narcisista que ahora soñaba con una exhibición de pinturas que habían hecho de mí.
Con la vergüenza coloreada en mi cara, miré hacia todos lados, me alegré que nadie más estuviera en tan penosa exhibición. Estaba por respirar con tranquilidad de saber que no había público en ese museo, cuando alcancé a ver una luz que provenía de la sala al final del pasillo. Me acerqué con precaución, tenía temor de encontrarme con alguna persona a quien no pudiera explicarle cómo esos cuadros habían llegado allí.
A medida que me iba acercando, pude ver el perfil de alguien, me sobresalté un poco… había una persona allí. Caminé unos pasos más y cuando estaba lo suficientemente cerca, lo vi… era él, observaba una proyección en la pared, con la curiosidad pegando en mi nuca, me asomé a la sala sólo para encontrarme con una proyección de otra pintura mía en la pared. Un grito ahogado salió de mi garganta y él volteó hacia mí. Yo temblé, me sentía como quien allana una casa. Estaba en un pensamiento, sueño o lo que fuera, que quizá no era mío. Di la media vuelta y apresuré el paso. Sólo deseaba salir de ese lugar.
Mientras caminaba en sentido contrario a la sala de proyección, la ansiedad se iba apropiando de cada parte de mi cuerpo, sentía que en cualquier momento él me alcanzaría y me exigiría una explicación. En eso, abrí los ojos.
Estaba de vuelta en la casa de la bruja. Mi respiración estaba agitada y la bruja me miraba inquisitiva. “Estuviste media hora en los pensamientos de él”, me advirtió. Yo no sabía qué pensar. Ella me preguntó si me había servido de algo, yo me limité a asentir y le pagué los casi mil pesos que me cobró.
Salí de la torre de departamentos, todavía con ansiedad en mi cuerpo y la respiración agitada. Lo que acababa de vivir no me aseguraba nada, ni siquiera podía saber si habían sido realmente los pensamientos de él o si yo había tomado un alucinógeno que me había provocado semejante sueño.
A medida que caminaba por los pasillos para llegar al estacionamiento, empecé a sentir que la estupidez inundaba mi ser. ¿Cómo se me había ocurrido que ir con una bruja sería la solución a algo que únicamente pasaba en mi mente? Había una palabra para ello, pero no quería decirlo en voz alta… era evidente que él no pensaba en mí, alguien que no te ha visto en tantos años es imposible que piense en ti, sólo alguien como yo tenía esos pensamientos, alguien que estaba perdiendo piso, al grado de contratar a una bruja para excusar una obsesión malsana. Ahora sabía que todo estaba en mi cabeza.
Respiré profundo, al llegar junto a mi carro, saqué mi celular y busqué números de psiquiatras. De hecho, en mis adentros sabía que había retardado la decisión más sana. Y ahora con la seguridad de que ya no tenía otra solución, quien había perdido la cordura era yo. Él podría seguir normalmente con su vida mientras que para mí debía volver a lo que siempre había sido… un recuerdo. Hice una cita con un especialista de la mente. Tal vez, la respuesta que había estado buscando, cabía en forma de una pastilla. Un doctor podía prescribirla, porque, después de todo, los psiquiatras eran los expertos de las cosas que sólo suceden en la cabeza.

