
Por Katya M. López
Todas las noches mamá me metía a la bañera, colocaba un jabón con olor a plátano, que al instante hacía espuma, después me dejaba unos minutos solo, jugando con los juguetes que tenía para la hora del baño, pero mi favorito, era ese pequeño patito de hule amarillo y pico azul que hacía volar mi imaginación. A veces éramos piratas en busca de oro, y otras veces astronautas entre mundos desconocidos, y así cada noche la misma rutina, día tras día. Recuerdo que en una ocasión aquel patito abrió su pico y comenzó a decir algunas palabras, aunque no comprendía lo que decía, la forma en la que hablaba me provocaba escalofríos, las primeras veces traté de ignorarlo, para que no se diera cuenta de que podía escucharlo, pero, con el paso de los días, se volvió habitual, hasta que logró perfeccionar su habla.
—¿Me hablas a mí? —finalmente accedí a responderle, pero este enmudeció, al punto de creer que había imaginado todo.
Y así otra noche de baño pasó, pero ese día no podía olvidar su frase, recorría mi mente una y otra vez, por supuesto, no podía decirle nada a mamá, estaba seguro de que no me creería y diría que sólo era parte de mi imaginación, aunque yo estaba seguro que no era así. Preferí callar y dormir para no escuchar su voz en mi cabeza.
—Despierta, es hora de levantarse —escuché a lo lejos como un susurro saliendo del baño —. La hora llegó, es momento de hacerlo —resonó nuevamente aquella voz tenebrosa —. Me cubrí de pies a cabeza esperando que esa voz desapareciera, pero parecía que lo incitaba a seguir murmurando cada vez más cerca de mí.
Debía ser fuerte y no caer en su juego, sabía perfectamente lo que quería, pero no podía acceder a eso tan cruel que me pedía.
—Sal de la cama, ya es hora no pierdas más tiempo. —Esta vez su voz susurro a mi oído, provocándome escalofríos.
—No lo haré, mami es buena conmigo —respondí al instante, aun con la cobija encima de mí —vete de aquí no quiero escucharte más, sal de mi cuarto, desaparece, ya no eres mi amigo.
Al instante un crujido en toda la habitación se hizo presente, para después quedar todo en absoluto silencio. En algún momento de la noche me quedé profundamente dormido y desperté hasta que mamá me despertó para desayunar.
—¿Dormiste bien mi cielo? —preguntó mamá, sólo asentí, pues aún tenía presente la noche anterior y no podía pronunciar un simple sí.
La notaba extraña, pero no le di mayor importancia y terminé de desayunar para después ir a la sala a ver tv por un rato. Veía, tranquilo la serie que tanto disfrutaba por las mañanas, pero en esa ocasión prefería estar dormido, no tenía sentido lo que estaba viendo, era tan confuso y poco real que preferí apagarla, pero al momento de apretar el botón, la pantalla volvía a encenderse, y así una vez tras otra vez; me di por vencido y decidí dejarla así e ignorar el programa, de pronto la pantalla se volvió negra, creía que por fin se había apagado, pero no, un punto amarillo apareció en medio de esta y cada segundo se hacía más grande, hasta que tomó la forma de un pato, pero no cualquier pato, sino aquel que me provocaba y me incitaba a cometer actos que no eran buenos, después, la pantalla se volvió gris, como si no hubiese señal, hasta finalmente apagarse.

