
Por Maik Granados
Italia sintió la boca pastosa. Encendió un cigarro mientras salía al pequeño balcón del apartamento. El murmullo de la ciudad apaciguó por unos instantes sus pensamientos. De soslayo vio el torso desnudo de Tony sobre la cama. Odiaba verlo dormir a pierna suelta.
—¿Dónde carajos estuviste anoche?
Las sienes le palpitaron por la resaca del tabaco. Se deshizo de la colilla después de la última bocanada y enseguida atravesó la habitación para alcanzar su celular. El último mensaje que recibió de Tony fue a las 03:33 horas. Los celos hirvieron en su cabeza.
—¿Con quién estuviste, cabrón? Alguna de tus zorritas, ¿verdad? ¡Claro que estuviste con una de esas!
Pateó una de las orillas de la cama con la intención de despertarlo. Tony sólo cambió de posición.
El celular de Italia vibró con un mensaje entrante.
—Hola, preciosa. ¿Cómo amaneciste?
No tenía ánimos para contestar, sólo quería desquitarse con Tony. Odiaba sus “Voy para allá”, saliendo de la oficina, que no le contestara el WhatsApp, odiaba la grabación de la compañía telefónica indicándole que el número marcado no estaba disponible. Otra vez, una notificación de su celular.
—¿Todo bien? Me has dejado en visto. ¿Quieres hablar?
Italia hizo una mueca y exhaló el fastidio. Ahora el teléfono anunció una llamada entrante.
—¿Bueno?
—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? Te escuchas mal… ¿Estás enferma?
—Hola… No, todo bien. Es sólo que estoy desvelada. Anoche Tony llegó tarde y no he dormido bien.
—¿Y eso? ¿Qué no se supone que ustedes ya no tienen nada que ver? Me habías dicho que ya no dormían juntos.
—Pues sí. Pero aún me preocupa que no llegué. No sé, tal vez es la costumbre.
—O tal vez es el apego. Mira entiendo que son muchos años juntos, y tal vez la costumbre complica el presente, pero…
—¿Qué?, ¿ahora me estás celando?
—Pero, ¿qué estás diciendo?
—No me gustan tus inseguridades.
—Espera un momento… Una cosa es lo nuestro y otra lo que tuviste… o aún tienes con Tony, no me importa, de hecho, me dejó de importar desde hace un tiempo, como sea, lo único que sé, es que acepté iniciar una relación contigo, sin importar cuál era tu situación con él. Incluso no tengo problema con que sigan en el mismo departamento, confío en ti. Además, no me interesa, al final siempre acabas en mi cama.
—¿Entonces, no te importa? No te importa lo que pueda suceder entre nosotros… No te importa, entonces, si me lo cojo…
—Cariño, ojos que no ven, corazón que no siente.
—¡Vete al carajo!
Italia colgó y quiso lanzar el teléfono por la ventana, pero el suplicio que significó para ella, el recuperar la información en un dispositivo nuevo la hizo desistirse. Volvió a la recámara. Tony estaba en la misma posición de hace horas.
—¿Cómo es que puedes dormir así, grandísimo hijo de puta? —Pensó.
—¡Te encanta cogerme para después quedarte dormido!
Y la noche anterior no había sido la excepción. Cuando Tony llegó, con un ligero aliento alcohólico, un poco achispado y ganoso de sexo, lo confrontó en la sala. De alguna manera, aquello se había convertido en una costumbre. Discutir, para después acabar desnudos ya sea en la cama o en alguna otra habitación. Aquello fue cómodo para ambos. No daban explicaciones de sus paraderos por días, y de pronto si alguno tenía ganas, entonces discutían. Lo demás venía solo.
El celular vibró, era la insistencia de su amante.
—¿Por qué no entiende que no quiero hablar?
Ignoró la llamada y se acostó junto a Tony, con el enojo aún burbujeando en su pecho.
El silencio en el apartamento se extendió como una manta, sólo interrumpido por el sonido suave y regular de la respiración de Tony. Observó su pecho mientras subía y bajaba con cada aliento, una mezcla de ira y deseo la atormentó. Pensó en todas las noches en las que discutieron, en la pasión que solían compartir, en cómo parecían volver a sus antiguos patrones una y otra vez.
Se giró en la cama con su espalda hacia Tony y dejó escapar un suspiro. Sabía que algo tenía que cambiar, pero no estaba segura de qué o cómo. No podía negar que todavía sentía algo por él, a pesar de lo sucedido, a pesar de todas las veces que la había lastimado. Pero tampoco podía ignorar lo que sentía por su amante, la emoción que despertaba en ella cada vez que vibraba su teléfono o la forma en que su corazón latía más rápido cada vez que se encontraban.
Un nuevo mensaje entró a su teléfono, pero esta vez no lo miró. En lugar de eso, se levantó de la cama y caminó hacia la cocina. De alguna manera, sentía que estaba en un punto de inflexión, un momento en el que tenía que tomar una decisión que cambiaría su vida. Quería a Tony a pesar de todo, incluso aún le gustaba sentirlo dentro. Y por otro lado estaba su amante, con manos hábiles que su sexo agradecía en cada encuentro.
En la madrugada, aún sin dormir, Italia se sintió más clara. Sabía lo que tenía que hacer. Con un último vistazo al dormitorio, donde Tony todavía dormía profundamente, se puso un abrigo y salió del apartamento con una maleta de mano.
Caminó por las calles todavía desiertas, sintiendo el aire fresco en su rostro. Cada paso la alejó de la confusión acercándola a una nueva realidad. Las luces de la ciudad se apagaron lentamente, y con ello, el bullicio de la vida cotidiana comenzó a surgir en la calle. Se sintió extrañamente aliviada, como si una carga invisible se hubiera levantado de sus hombros.
Después de caminar sin rumbo durante un tiempo, encontró una pequeña cafetería que acababa de abrir. Decidió entrar y pedir un café americano. Se sentó en una mesa junto a la ventana, observando cómo la ciudad cobraba vida a su alrededor. Mientras daba sorbos a su bebida, su mente divagó entre recuerdos y posibilidades. Pensó en Tony, en su amante, en las decisiones que la habían llevado hasta ese momento.
Supo que no sería fácil. No podía seguir viviendo atrapada en un ciclo interminable de dolor y deseo. Necesitaba romper con el pasado y construir algo nuevo, algo que la hiciera sentir completa. En ese momento descubrió que la fuente de sus miedos era la soledad.
Terminó su café y salió de aquel sitio con una determinación renovada. Sacó su teléfono y respondió al mensaje de su amante. Le pidió encontrarse en un parque cercano. Quería hablar, aclarar las cosas y ver si realmente tenían un futuro.
Mientras caminaba hacia el parque, se dio cuenta de que, sin importar lo que sucediera, había tomado el control de su vida. Ya no dependía de Tony ni de nadie más para definir su felicidad. Estaba lista para enfrentar lo que viniera, con la certeza de que, al final del día, sería ella quien decidiría su destino.
Cuando llegó al parque, vio a su amante esperándola en un banco. Respiró hondo y se acercó, lista para empezar un nuevo capítulo en su vida.
—Hola —dijo, con una mezcla de nerviosismo y resolución en su voz.
—Hola, Italia —respondió su amante, mientras se levantó para abrazarla.
Se sentaron en el banco, y por un momento hubo un silencio que no era incómodo, sino cargado de significado. Finalmente, Italia habló.
—No puedo seguir así, entre dos mundos. Tengo que tomar una decisión y quiero que sepas que no ha sido fácil para mí llegar hasta aquí.
Su amante asintió con comprensión.
Tomó aire y comenzó a hablar, desahogando todas las emociones y pensamientos que había reprimido durante tanto tiempo. Le habló de sus sentimientos por Tony, de las noches de pasión y peleas, de la confusión y el dolor. Pero también le habló de lo que sentía por ella, de la emoción y la esperanza que le brindó cada vez que se encontraron.
Al final de su relato, sintió que una parte de su carga se había aligerado. Miró a su amante a los ojos, buscando una respuesta.
—Te agradezco que me hayas contado todo esto —dijo ella suavemente—. Sé que no ha sido fácil para ti. Y quiero que sepas que estoy aquí para ti, sin importar lo que decidas.
Italia sintió una oleada de gratitud y alivio. Sabía que, sin importar lo que sucediera, no estaba sola. Y eso le daba la fuerza para enfrentar el futuro con confianza.
—Gracias —susurró, tomando su mano.
Ambas se quedaron allí, en el banco del parque, con las manos entrelazadas y el futuro abierto ante ellas. Italia sabía que aún había muchas decisiones por tomar y desafíos por enfrentar, pero, por primera vez en mucho tiempo, se sintió lista para afrontarlos.
–¿Y qué hay de Tony? —cuestionó su amante.
—No lo sé, tú dime, es tu marido, y yo ya me cansé de ser la amante de los dos.

muy buena historia
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