Sueños de ambulantes

Por Emmanuel Ochoa

Violinista Virtuosa caminaba a la tiendita a comprar pan su madre, Fotógrafa Naturalista, pidió. Tenía que apurarse para comer antes de irse a su trabajo de niñera.

Saludó al dueño de la tiendita, Futbolista Profesional. Se dirigió a tomar el pan ella sola porque el dueño ya apenas podía mover sus rodillas.

Cruzando la calle, yendo en dirección contraria, iba Escritora de Romance, tomando de la mano a su hija. 

—¡Ya ensuciaste tu uniforme! —le reclamó a Bailarina de Ballet, quién tenía enterregada su ropa del colegio.

Cuando se pararon en la esquina del camión, la pequeñuela miró hacia un lado, en donde estaba una academia de ballet, y veía a las demás niñas con sus leotardos y faldas, levantando las piernas, una y dos y tres, que un fuerte tirón de su madre casi le zafa el brazo cuando llegó el camión.

Detrás de sus asientos, iba un joven escuchando música. Bajista de Jazz movía sus dedos por encima de sus piernas, intentando imitar el tempo de la canción, cosa que molestaba a Reportera de Viajes, quien sólo quería llegar a su casa a imaginar. Ella miraba por la ventana hacia las grises calles de la gris ciudad, donde árboles habían dejado de existir, sustituidos por grandes lámparas de luz y espectaculares que anunciaban ofertas. Reportera de Viajes imaginaba, mejor, una travesía en un tren pasando entre campos floreados de colores y montañas llenas de nieve al fondo.

El camión llegó a una parada y los jóvenes bajaron. Por un instante, ambos se miraron a los ojos, antes de girar e irse por otro camino.

Bajista de Jazz, dando vuelta en una esquina, se cruzó con su ex novia, Directora Teatral, quien al verlo, casi se desmayó. Siempre dramática. Él siguió, conteniendo una risita. Pero Directora Teatral tuvo que mantener la compostura. Cerró los ojos, respiró, su mano pasa por su rostro y…

—Escena.

Continuó su andar, pero cuando entró a la farmacia en donde trabajaba, tuvo que olvidar el libreto teatral que escribía mentalmente.

—Buenas tardes —le dijo a su compañera que la esperaba enojada para cambiar turno.

—Llegas tarde —contestó Cantante de Boleros.

Cantante de Boleros ansiaba quitarse el uniforme, que hace tres años le quedaba perfecto, pero después de un embarazo, le quedaba ajustado. Dejó todo acomodado en el almacén. Tomó su bolsa y se despidió. Agradecía tener su carrito. Al menos no tenía que caminar bajo el sol. Mas aún le faltaba otra parada. Llegó al almacén donde su esposo trabajaba como guardia. Éste la esperaba sentado en una barda y sudando casi desfajado por la panza.

—Llegaste bien tarde —reclamó Pintor.

—La mocosa del turno tardó.

Apenas callaron, se dieron un tierno beso, como los que siempre se daban desde que se conocieron. Y mientras iban camino a casa, guardaron un silencio cómodo, de los que ocurren solo cuando estás feliz con quien tienes al lado.

Estacionaron el auto, se tomaron de la mano y abrieron la puerta de su casa. En la sala estaba Violinista Virtuosa, con su cuaderno de la universidad abierto.

—Buenas noches. Tardaron un poco.

Se disculparon.

—¿Todo bien? —preguntaron.

—Sí —contestó, guardando sus cosas—. Se fue a dormir hace como media hora. Cenado y bañado.

Se acomodó su mochila, le agradecieron y le dijeron que el fin de semana podía estar libre, cosa que Violinista Virtuosa apreció.

Pero antes de irse, Cantante de Boleros vio a la muchacha. La detuvo mientras su esposo iba a revisar al pequeño Cosmonauta.

—Oye, ¿cómo van tus estudios?

—Bien, bien —contestó desganada.

—¿Te hago una sugerencia? Vuelve a tomar tu violín.

La chica levantó el rostro.

Violinista Virtuosa besó a sus papás en la noche. Dejó la mochila sobre una cama y miró debajo de ésta. Sacó un estuche. Lo abrió y vio su violín empolvado. Lo tomó con delicadeza, junto con su arco. Tocó ligeramente las cuerdas, colocándolo entre su cuello y hombro. Empezó una ligera melodía, al principio desafinada, pero cuando dio el toque correcto y las cuerdas soltaron un sonido más bello, una idea llegó a su mente.

—Carmen. Me llamo Carmen —recordó, por fin, dejando de ser sólo un sueño.