Es lo que hay

Por Maik Granados

¿Qué desde cuándo lo conozco? Pues nada, que tengo toda la vida con él, desde que nació soy parte de su, digamos, círculo íntimo de amigos, porque eso dice él.

Dice que soy su amigo, de los más entrañables, aunque no supo de mí hasta que cumplió los cinco años, el día que lo ayudé con el asunto aquel del hermanito recién llegado. Recuerdo muy bien cómo se sintió desplazado, pues sus padres enfocaron toda su atención hacia el bebé. Esa situación le resultó un tanto difícil de entender y más como primogénito.

En él afloraron la ira y el recelo, ya saben, esas polillas odiosas que se enjambran en el estómago y que muchos confunden con mariposas; era la primera vez que experimentaba ese sentimiento. Susurró a su oído aquella seductora de cuerpo perfecto: La incertidumbre. Sino fuera por su renuencia a mis intentos por conquistarla, juro que ya tendríamos un chaval de nombre Hernán, sí Hernán Resiliendumbre… Cómo sea, la incertidumbre con su suave voz se acercó al pequeño activando en él, el odio fraterno. La efervescencia de la ansiedad se trastocó en furia, y así comenzó a lanzar por los aires cuanto juguete se le atravesó, intenté calmarlo, pero parecía no escuchar a nadie, ¿cómo cielos le hace incertidumbre? Menos mal que sus padres estaban embebidos en atenciones al pequeño consanguíneo y no supieron nunca de semejante acto de rebelión.

Fue entonces cuando cogió aquel singular auto a escala construido de madera, con sus rechinantes ruedas, calculó su peso, miró hacia la ventana y alzó por arriba del hombro su pequeño brazo. –¡Santo cielo! –pensé, yo debía hacer algo, así que, en lugar de susurros, grité… Sí, le grité con energía, con el afán de evitar el destrozo de cualquier cristal. Y sucedió lo inesperado, aquel pequeño energúmeno, con el brazo aún en alto y el madero convertido en munición, tomó una pose pétrea, como si lo hubiesen hechizado con un conjuro. El pequeño vándalo respiró profundo, hizo una pausa y relajó el brazo. Entonces sonrió, así comenzó a jugar con el pequeño automóvil, y lo hizo por varias horas más ese día.

Me había escuchado, él había reaccionado a mi respuesta, y no sería la última vez. Lo hizo cuando lo molestaron durante sus primeros años de estudio para quitarle sus refrigerios, lo hizo cuando lo castigaron por reprobar el examen de matemáticas, lo hizo cuando se inscribió a la escuela secundaria y lo amenazaron por parecer niño rico, lo hizo cuando invitó a la chica más bonita de la escuela que finalmente terminó por rechazarlo, lo hizo cuando quiso pertenecer al equipo de soccer en el bachiller donde le rechazaron por gordo, lo hizo en la universidad, después en la primer entrevista a la que acudió para conseguir un trabajo, luego en la segunda, en la tercera, en la cuarta…  Lo hizo una vez, lo hizo otra, lo sigue haciendo, me sigue escuchando, y yo lo sigo aconsejando.

Así fue cómo nos convertimos en entrañables amigos, compañeros de interminables batallas, él siempre intentado y yo animándole a aceptar su realidad, adaptándose a cada nueva experiencia.

Sin duda, es un hombre precavido, analista y hasta calculador, y no siempre le salen las cosas a modo, es en esos instantes cuando la incertidumbre disfrazada de fracaso busca hablarle al oído, con su seductora voz invitándole al conformismo, pero yo estoy ahí con el mantra que nos ha llevado a lo que somos hoy: adaptarse o morir. Esto es como el dice el dicho: «Es lo que hay».

Un comentario sobre “Es lo que hay

  1. Me agrado basta tu escrito Maik, sigue así llenado de felicidad tu alma de está que se , es tu gran pasión y gracias por compartirnos parte de todo esto , con cariño Lupita Alvarado

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