Historia de un amor que no fue

Por Alejandra Maraveles

Lilia miró el teléfono por última vez. Sobre un chat, el botón de borrar brillaba con una intensidad que le hacía doler el alma. El dedo de Lilia vaciló en tocar el botón… una vez que lo hiciera no habría vuelta atrás.

Lilia había conocido a Esteban hacía varios años. Desde la primera vez que lo vio Lilia sintió algo especial por él, algo que iba más allá de la simple amistad. Sus ojos brillaban cada vez que él estaba cerca, y su corazón latía más rápido con sólo escuchar su risa.

Al paso del tiempo, Lilia se dio cuenta de que estaba profundamente enamorada de Esteban. Cada gesto, cada palabra, parecía confirmarle que él era el único para ella. Pasaron tardes enteras juntos, explorando la ciudad, compartiendo sus sueños y confidencias. Sin embargo, por más que Lilia intentaba mostrarle su afecto de maneras sutiles, Esteban parecía no darse cuenta o simplemente no correspondía sus sentimientos de la misma manera.

Aun así, Lilia no desistía, porque algo le decía, que tantos momentos; tantas citas, porque si iban sin nadie más, ¿había otra manera de llamarlo? Para ella esas eran citas, en éstas los abrazos nunca faltaban; ese tiempo que pasaban juntos era demasiado para significar sólo amistad. Esta situación hacía que Lilia se esforzara aún más. Organizaba salidas pensando en actividades que sabía que a Esteban le gustaban, preparaba sorpresas y detalles especiales. A veces, cuando él le miraba, creía ver destellos de interés en sus ojos, pero nunca se materializaban en algo más profundo. Esteban seguía tratándola como a su mejor amiga y, aunque eso la llenaba de felicidad en parte, también le causaba un dolor silencioso.

Una noche, después de una salida para ver una película, al despedirse, Lilia volvió a tener esa sensación de que Esteban la besaría, pero en el último instante él se había retirado como siempre lo hacía. Lilia llegó a su casa con el alma destrozada, No deseaba hablar con nadie, se sentó al lado de su ventana y pasó un buen rato mirando fijamente las estrellas. El silencio de la noche parecía susurrarle una verdad que había evitado enfrentar durante tanto tiempo: Esteban no la amaba de la misma manera.

Con el corazón pesado pero decidido, Lilia tomó una decisión. Sabía que debía apartarse de Esteban para sanar su propio corazón. No podía seguir invirtiendo su energía y emociones en alguien que no le correspondía de la manera que ella deseaba. Esa noche, escribió una carta sincera explicando sus sentimientos y su necesidad de distancia para poder seguir adelante.

Lilia sabía que esa carta pecaba de romántica, que una carta escrita estaba lejos de la contemporaneidad en que vivían el día a día, pero tampoco podía enfrentar a a Esteban, no soportaría escuchar de sus labios que él no la amaba, aunque ella lo sabía, y se sentía hecha pedazos, sabía que no se levantaría de un rechazo semejante.

Fue a la oficina postal, compró las estampillas, preguntó el tiempo aproximado en la entrega: Dos semanas. Lilia, usó esas dos semanas para despedirse de él… la última salida al cine, la última cita en un bar, la última vez en el carro juntos, la última serie que verían juntos, la última salida a un parque de diversiones, la última canción a todo pulmón, la última sonrisa que le dedicaba a él y ese último abrazo que casi le deshizo su corazón.

La carta no debía tardar en llegar, ella ya estaba lista, había ido guardando todos los detallitos, tickets de funciones pasadas y fotos en cajas; todavía no sabía si las tiraría a la basura o simplemente se irían al cuarto de tiliches. Ya lo había bloqueado de Facebook, unos minutos antes lo había bloqueado de Instagram… sólo restaba el último mensaje por Whatsapp, borraría el chat y después bloquearía el número de Esteban.

Y allí estaba en esa última noche que le dedicaría a quien hasta ese momento había considerado el amor de su vida. Un toque de su dedo y todo terminaría. Respiró profundo, lo amaba mucho, pero se amaba más a ella no podía seguir haciéndose daño. Apretó el botón y el chat se borró instantáneamente. Ahora era libre, libre para llorar, libre para aprender amarse y libre para esperar un tiempo antes de volver a buscar a alguien que si estuviera dispuesto a darle algo más que amistad.