
Por Maggo Rodríguez
Él es un cocinero con mucho talento, sabe preparar y hacer rendir desde unos frijoles con chile verde hasta una buena barbacoa enterrada con su consomé; por lo que no cualquier establecimiento con oferta gastronómica es de su agrado. Salir a comer con él es garantía de buenos lugares, unos no tan lujosos, pero siempre los mejores.
Es ortodontista pediátrico, muy bueno para convencer chamacas de que los dientes flojos se tienen que caer. Hace el procedimiento indoloro, sabe hacer el acompañamiento debido cuando la sangre de estos invade la saliva, basta con un traguito de agua, escupir y una servilleta, todo listo para esperar al ratón de los dientes.
Un excelente negociador. Puede dirigirse con cualquier persona, rica o pobre, como si hablara mil idiomas y en todos fuera experto. Hace falta inteligencia para conseguir un “sí” y no le cuesta ningún trabajo hacerse de él. Es un buen vendedor, las ofertas le llegan casi por arte de magia y en supervisión de calidad nadie se le compara.
A veces no tiene mucha paciencia cuando inicia a armar algo, pero se nota el esmero que pone a cada creación. Decenas de edificaciones se mantienen firmes gracias al sudor de su frente, al trabajo de sus manos. Sin darse cuenta, ha construido con bases sólidas la ética y recuerdos invaluables de muchos, fortaleciéndoles con consejos disfrazados de comentarios a veces agrios.
Domador de cuervos, entrenador de perros necios y gatas “payasitas”; ferviente rescatista de oportunidad, la premisa es simple: tú no tienes casa, yo no tengo mascota. Ha sobrevivido a picaduras de animales rastreros y ponzoñosos como los de Durango o incluso como los de Paquita la del Barrio.
Muchas veces creo que ni él sabe cuán fuerte es. Ha sobrevivido caídas, atropellos, arañazos y con mucho temple ha recibido los golpes más duros, los de la vida. Sí, su cuerpo es fuerte, sus brazos y piernas son gruesos, aún con el paso de los años no pierden ni un poco de su tonificación.
Podría seguir hablando de lo que ha hecho y creo que me faltarían un montón de hojas para escribir todo por cuanto ha vivido. Tampoco cabrían en un par de frases todo lo que él me ha enseñado, es difícil cuantificar cada cosa, mucho menos podría ponerle un precio a todo ello, ni una vida me alcanzaría para pagarle. Quisiera regalarle el mundo entero; cinturones tejidos con hilos de plata, camisas de las más finas telas, autos clásicos para que armara su propia colección, lo que él quisiera, pero como sólo soy una escritora, tengo para él estas líneas y una cantidad ilimitada de amor y admiración para este hombre, mi padre.
