Mascarada

Por Alejandra Maraveles

De colores brillantes, con terminados metálicos, con cristales refulgentes o suaves plumas… las había de todo tipo. Desde niña admiré cada una que se atravesaba en mi camino. Esperaba con ansias cumplir doce años, fecha en que yo recibiría la mía. Después de esa edad era prohibido que alguien fuera de tu familia te mirara sin ella puesta.

Esa fría mañana, vi con especial emoción cuando mis padres llevaron hasta mi cama una caja de terciopelo rojo con ribetes dorados. Mis manos temblaban al abrirla… cuando levanté la tapa pude admirar el diseño, una hermosa mariposa en un rosa perlado y piedras que resplandecían cuando la luz tocaba su superficie. La admiré varios minutos antes de decidir ponérmela, finalmente la llevé a mi cara, era sorprendente que la máscara encajara a cada parte de mi rostro, a través de los orificios de los ojos pude ver como mis padres, que utilizaban las suyas, asentían con un débil movimiento con la cabeza.

A pesar de haber deseado la máscara durante mucho tiempo, al pasar el primer entusiasmo, comencé a sentirla pesada, llevarla a todas horas me comenzaba a parecer más difícil de lo que había pensado. A veces me enojaba porque mis facciones habían quedado cubiertas, lo único que los demás percibían era la falsa sonrisa finamente esbozada que permanecía intacta, no importando mi estado de ánimo.

Conforme los años fueron pasando, junto a antifaces distintos, que se ajustaban a las nuevas dimensiones que mi cara tomaba a medida que iba madurando con el tiempo, utilizarla fue algo común y simple, dejó de ser pesado. Cada quien adoptaba la que más le convenía de acuerdo a lo que se dedicaban para vivir.

Un día me sorprendí cuando a media calle un muchacho caminaba sin un antifaz encima, la gente a su alrededor murmuraba, inicialmente quise hacer otro tanto, pero algo en mi interior me detuvo. Durante el trayecto a mi casa, pensé en lo atrevido de ese chico, y recordé esa expresión en su semblante, era la de una extrema satisfacción. Tanto me impactó haberlo visto que al llegar a mi casa me acerqué a un espejo, llevaba tantos años sin mirarme a uno que reflejara mi verdadera yo, que no pude evitar sentir mi corazón palpitar vigorosamente. Me llevé una mano hacía la máscara, pero entonces me percaté que no podía removerla, ilusamente había pensado durante años que yo la usaba, sin darme cuenta de que ella era quien me utilizaba a mí.