
Por Katya M. López
Al caer la noche siento tu aliento sobre mis hombros, me congela y me nubla cada sentido, tanto que es imposible apartarte de mí. Si pudiera entender tu urgente necesidad de tenerme cerca, comprendería mejor tus intenciones.
Otra luna se posa sobre mi ventana, esta vez me armo de valor para enfrentarte y dejar de cuestionar mis dudas hasta el amanecer. Me da temor tu frialdad y esa forma sutil de presentarte frente a la cama. Ojalá pudiéramos llegar a un acuerdo, en donde ambos pudiéramos disfrutar de nuestra compañía, sin esos silencios incómodos. Eres inquietante. Perverso. Aun así, espero con ansias la noche para sentirte otra vez; ni siquiera sé tu nombre, cómo eres, tus gustos, tus temores, tus tristezas o tus alegrías… Antes de acostarme y caer en los brazos de Morfeo, dejó una vela encendida, de esas para calmar la mente, mientras espero a tu regreso. Pero no llegaste, ni siquiera hubo un soplo de tu presencia o un rechinar de dientes que me hiciera temblar.
Pasaron semanas y tú no te hacías presente, no entendía qué había hecho mal. ¿Acaso te habré asustado y por eso decidiste no verme más? ¿Cómo era posible que ahora me culpara y me entristeciera tu abandono? Se fue el mes y seguías sin aparecer; mis noches se convirtieron en amargas desveladas en tu espera y tú ni un roce de ese aliento frío que me calmaba. Dejé de esperarte, me resigne a tu ausencia y decidí continuar con mi vida hasta arrancarte de mis pensamientos, no negaré que fue imposible no pensarte, te idealizaba a mi lado, buscaba la manera de hacerte aparecer, intenté de todo.
Lloré y lloré hasta agotar mi aliento, sentía coraje por no poderte reclamar, ni siquiera un adiós me dijiste. Una noche, logré dormir sin despertar cada que sentía el viento entrar por la ventana, ya no te esperaba y así te di mi despedida, esa que no fuiste capaz de otorgar.
Cerré la puerta de mi habitación, abrí la ventana y coloqué una silla frente a ella, me senté contemplando la oscuridad del interior y admirando el brillo que la luna me regalaba, le susurré para que te hiciera llegar mis palabras y en su sonrisa encontré la paz.
Si decidieras venir a saludar, te recibiría con los brazos abiertos, pero ya no aceptaría que te quedaras.
Me quedé dormida, aun así, te sentí tocar mi hombro con esa frialdad tan característica de ti, pero algo había cambiado, ya no eras el mismo, desperté abrumada esperando que te quedarás, pero ya era tarde, sólo había quedado una bruma de ti, mi mente se despejó con esa llegada tuya, aclaraste las dudas que me aquejan. Sé que me amaste y te alejaste para darme felicidad. Ahora sólo vives en un amable recuerdo de nuestras noches de soledad juntos, mi amado amigo y amante de la noche fue un placer coincidir contigo.

