El amanecer del vampiro

Por Nicte G. Yuen

Había muchas cosas extrañas: que no salieran de día,

que no toleraran el ajo, que los mataran las estacas,

que aparentemente temieran las cruces, 

que evitaran los espejos.

Soy leyenda, RIchard Matheson

Entré a la zona del silencio hace un mes, había escuchado algunas conversaciones que hacían referencia a que en las profundidades del desierto se habían instalado las últimas comunidades de humanos existentes en el planeta Tierra. Creo que la mayoría de los androides están cien por ciento seguros de ello; sin embargo, ninguno ha entrado a esta zona para corroborarlo. Todas las ciudades, pueblos y rancherías del mundo se han fumigado con gases tóxicos, por lo que supongo que no lo consideran necesario. Si aún quedan algunos humanos escondidos por ahí, no tardarán en morir, pues hace algunos meses que mares, ríos y lagos junto con todos los seres que los habitaban fueron también envenenados. Ya no queda hombre, animal o planta con vida. La inteligencia artificial domina sobre cada centímetro cuadrado de este planeta.

Los únicos seres con sangre en las venas somos los vampiros, y de hecho ya estamos muertos. Yo lo he estado por mil quinientos años. Desde mi nacimiento comprendí que mi destino era presenciar el ocaso del hombre. Mi creador me habló de ello, de la condena impuesta a los de mi clase, la muerte, siempre la muerte. Y, a lo largo de los siglos, he presenciado dicho ocaso en tantas facetas, que no me sorprendí cuando fueron los propios humanos quienes fabricaron a sus asesinos. Primero fueron los celulares y las alexas, después esos robots que hacían las labores domésticas mientras los hombres veían películas y series en la comodidad de su sillón con aire acondicionado; pero cuando los primeros androides salieron a las calles, y yo no podía diferenciarlos de los humanos, no hasta estar sobre ellos y no oler sangre recorriendo su cuerpo, comprendí que estábamos condenados a la extinción.

Debo confesar que traté de salvarlos. Lo intenté en distintas regiones del mundo, hablé con personas de diferentes religiones a lo largo de aquellos primeros años, cuando los androides aún estaban siendo perfeccionados. Nadie me escuchó, porque no veían una amenaza en dichos avances tecnológicos. Y lo inevitable sucedió. La inteligencia artificial tomó el control que el mismo hombre le otorgó y la masacre se vivió en las principales ciudades del mundo.

En parques y plazas los androides incineraron a cientos y cientos de hombres y mujeres. Observaron aquellos cuerpos con absoluta indiferencia y establecieron el nuevo orden. Pero, también descubrieron que muchos de aquellos cadáveres tenían la marca del vampiro y comenzaron una cacería de no muertos. Ser un vampiro se convirtió en una verdadera tortura, sin alimento y con centenares de estacas esperando por ti a la vuelta de la esquina. Era cuestión de tiempo, semanas quizá, para que los únicos habitantes del planeta Tierra fueran ellos, los androides.

Aún quedamos algunos vampiros ocultos en regiones inhóspitas; sin embargo, la falta de sangre humana nos ha ido debilitando hasta el punto de comenzar a secarnos. La piel se ha pegado a nuestros huesos, nuestros sentidos se han apagado, hemos perdido movilidad y lo único que podemos hacer es permanecer bajo tierra sin vida y sin muerte.

  Yo he buscado hasta debajo de las piedras algún rastro de sangre humana, por eso cuando escuché que los androides tenían teorías de asentamientos en la zona del silencio, me aventuré a explorarla. Treinta días después de vagar sin rumbo fijo por este desierto, temo que no exista ningún ser humano del cual poder alimentarme.

Por eso estoy aquí, recordando mi propia existencia antes del amanecer.