Las enseñanzas de Amparo Gutiérrez

Por Maggo Rodríguez

“A los cobardes no les hacen corridos” son, en esencia, palabras de un famoso comediante en un contexto que invita a darnos valor, ¿a cambio de qué? pues de inmortalizar nuestras acciones en canciones populares que trascienden generaciones; melodías que hablarán de nuestra bravura para enfrentar situaciones que a más de uno pondrían a temblar.

Como yo no sé componer corridos y no conozco a nadie que lo haga, quiero dedicar estas líneas a alguien que sería digna de cien de ellos. Enumerar todas sus hazañas me llevaría varios tomos de cancioneros, pero en este espacio quiero compartir contigo algunas de las enseñanzas que me dejó una increíble mujer; la madre, líder, amiga y cuñada, Amparo Gutiérrez. 

Aprendí con ella muchísimas cosas, desde la receta familiar de la birria hasta cómo manejar situaciones de tensión vecinal. Como la receta es secreta y sus métodos no cualquiera los puede replicar, voy a contarte sólo un poco de lo que me enseñó, quizás sin querer queriendo o queriendo querer.

Todo lo que sé de charrería se lo debo a ella. Aunque no me he subido a un caballo (todavía), disfrutaba muchísimo las tardes de charreadas que pasábamos en Huentitán. Aunque el sol nos pegara directo en la espalda o el frío viento levantara terregales, siempre nos reservaba un lugar en primera fila. Yo, curiosa y muchas veces atolondrada, preguntaba por todo; ella, paciente, siempre respondía a mis inquietudes. Los nombres de las suertes, la técnica y reglas, los errores, las órdenes, herramientas, vestimenta, accesorios, incluso los jinetes y su linaje familiar, todo lo conocía a la perfección.

Amparo era una de las madres más estrictas que he conocido. Con ella pude empatizar un poco más con mi mamá. Muchas veces fui testigo de cómo retenía el aliento cuando Dani hacía una suerte y cuando ésta acababa bien, sonreía ampliamente y aplaudía fuerte, complacida, pero, sobre todo, orgullosa de su criatura. A veces le llamaba la atención y no le importaba quién estuviera de visita; en otras tantas ocasiones me contaba que lo había reprendido, eso sí, nunca desaprovechaba una oportunidad para presumirme con alegría el resultado de una competencia de su hijo en otro lienzo de la ciudad. No se enfadaba si al día siguiente tenía que remendar el duro chaleco de los jaripeos, no me quedaba duda de que amaba profundamente, no solo a su “Barney”, sino también a la valiente Amparito, su hija; adoraba el espíritu trabajador de Johnny. Qué decir de la dedicación y el cariño hacia su sobrinas, sobrinos, nietas y nietos, incluso un borreguito gozó de las atenciones de la cuñada. Entonces me convencí de que un “Te quiero” de una madre, muchas veces se traduce en un “¿Ya comiste?”. 

Un ejemplo de rebeldía femenina lo encontré en ella. Me platicaba que por más que su abuelo, un señor ejidal “de los de antes”, la regañara y le prohibiera asistir a las asambleas o reuniones con políticos, encontraba la forma de ir o de enterarse de lo que se hablaba en esas juntas. A pesar de la insistencia de su abuelo para “quedarse en casa a atender a su marido”, persistió y se convirtió en una gran lideresa, preocupada por quienes más necesidad tenían y ocupada con asuntos que beneficiaban a su colonia. Tenía tanta determinación que, si quería hablar con un presidente o gobernador en algún evento público, pasaba por encima de los escoltas del funcionario, ninguno podía detenerla, siempre lograba su cometido. Tantos años como líder le dieron el perfecto equilibrio entre la diplomacia y la insurrección. Si con algo no estaba de acuerdo, bastaba una mirada, un ademán, para conocer su descontento. Entendí que uno debe ser flexible y manejarse de acuerdo a las situaciones y personas; porque ser déspota no es sinónimo de fortaleza y como dicen por ahí, lo cortés no quita lo valiente. 

Podría seguir hablando de todo lo que en vida la cuñada logró, tal vez más adelante haya espacio suficiente donde sus historias y vivencias nunca se olviden; ese lugar debe ser visible para todos aquellos que nos dolemos con su partida, para mostrar a generaciones presentes y futuras que todo es posible con una pizca de suerte y una tonelada de convicción. Por mi parte, le viviré eternamente agradecida por haberme abierto las puertas de su corazón y de su hogar, uno que pasó a ser mi segunda casa, Huentitán de mi corazón. Hasta siempre Amparito.