
Tintero
Por Maggo Rodríguez
No supe exactamente cómo lo hice, pero lo invoqué. Se me apareció un demonio robusto, moreno, muy alto, con una barba de chivo y un cigarro entre los labios. Mi tintero estaba medio vacío y la pluma yacía sobre la mesa. Pronto, le ordené que me diera inspiración.
Rodeó el escritorio que nos separaba, yo estaba inmóvil. De un movimiento volteó la silla, quedamos de frente. Sentía su calor, era agobiante. Se inclinó hacia mí, su rostro quedó tan cerca del mío que podía reflejarme en sus negras pupilas.
“¿Así que no tienes inspiración?” susurró. Antes de poder contestarle, clavó sus uñas en mi pecho y me arrancó el corazón. Acercó el tintero y lo rellenó con la sangre que escurría, una vez hubo desgarrado el órgano por la mitad.
Sólo así pude terminar esta historia.
AGLL
Por Katya M. López
Durante mucho tiempo he vivido enamorada, de la vida, del alma, de mis padres y de uno que otro amor que se ha cruzado por mi camino. Estos han sido amores pasajeros, amores fugaces, platónicos e incomprendidos. Es difícil verlos llegar para después partir por caminos separados, es una lucha interna que no termina, un vaivén de emociones, sentimientos y resentimientos, es como un ciclo en donde solo existe el punto de partida, pero no el final. Intento mantener la calma, ser fuerte y valiente para no caer en el abismo, en la depresión, en la locura de no encerrarme en esos pensamientos que provocan soledad a mi cordura.
Después de pasar por cada etapa de duelo, llega la resignación, la paz, la tranquilidad, vuelves a ser tú, a sonreír, a disfrutar de la vida y no privarte de ella, y descubres que sólo necesitas de unos ojitos, unas manitas, un llanto y hambre por calmar para devolverte la vida, es en ese momento que no necesitas más que su calor para salir adelante. Descubres que, en ese cuerpecito de apenas tres kilos, hay más fuerza que en cientos de personas. Y es ahí donde te reconoces, no necesitas más que ver sonreír a ese humanito para conectar tu alma con la suya. Nadie lo percibe, pero, con su presencia, te llena de vida, te devuelve el amor y la ternura que creíste haber perdido. Deseas con todas tus fuerzas ser mejor para ella, incluso pasa por tu cabeza dar la vida para mantenerla a salvo, todo se resume al amor incondicional, ese amor donde no hay celos, enojo, ni dudas, un amor puro y genuino que te ha salvado la vida por primera vez en mucho tiempo. Te sientes imparable, lleno de energía, regresa la felicidad, recuperas tu espíritu y las ganas de no rendirte con tal de verla un día más.
Es volver a poner los pies sobre la tierra y centrarse en lo que vale pena, dejar atrás, allá en el pasado todo lo que alguna vez ocasionó dolor. Sólo con verla, olvidas las penas, das gracias a Dios y al universo por traerla a tu mundo, por devolverte las ganas de vivir, de no fallarle, de caminar a su lado y no volverte a rendir con tal de envejecer junto a ella. Eso y más cosas pasan por la mente una vez que te conviertes en tía, la primera vez en la vida que descubres lo maravilloso que es el mundo y la dicha de seguir los pasos de alguien que, en pocas semanas, se convierte en tu todo, que sin decir nada, lo dice y entrega todo sin restricciones, un amor tan puro, sincero y real, como las aves al amanecer disfrutando del viento entre sus plumas.
Sin cita previa
Por Alejandra Maraveles
Estaba emocionada y sin sueño, a pesar de haber viajado toda la noche. La situación se había acelerado desde la tarde del día anterior. Se presentó la oportunidad, dudé, me decidí y, unas horas después, tomé el transporte en el cual había llegado a mi destino.
La distancia entre Guadalajara y la Ciudad de México se redujo a diez horas de camino, en una van incómoda. Pero valdría la pena, llegué a tiempo con la adrenalina corriendo por mis venas. Ese 14 de febrero, sería diferente, no lo pasaría sola, por eso ni siquiera tenía previsto que estaría allí. El día de San Valentín me sorprendió que, sin haber hecho planes, estaba por iniciar la reunión con ocho galanes al mismo tiempo… El concierto de Super Junior estaba por iniciar.
Esa no se vende
Por Emmanuel Ochoa
—¿Y esa azul del fondo?
—No, lo siento, joven. Ésa no la vendo —le contestó Don Chava al hombre de traje que claramente había olvidado que día era.
Las personas siguieron llegaron a su puesto el día en que más flores se vendían. Todos miraban la flor azul cristalina que tenía detrás de los ramos. Y a cada persona le respondía:
—No se vende.
Sonreía al decirlo. Al anochecer, subió a su camioneta y se dirigió al panteón. Tomó la flor azul cristalina. Caminó sobre el césped y entre los adornos que los vivos habían dejado ese día. Se detuvo delante de una lápida. Arrodillado, colocó la flor.
—Tu favorita, mi amor.
Cuando Cupido perdió su arco
Por Danz Rodríguez
comenzó a hablar al oído de las personas, en rima, con palabras dulces y simbólicas, para que vieran con otros ojos a los desconocidos. Cupido prometía caricias discretas, besos húmedos y actos del más puro amor. Si la persona con quien hablaba sentía un rayo de adrenalina recorrerle el cuerpo, Cupido saltaría de su hombro, dejándole un caos absoluto y la expectativa de si su amor sería correspondido. Hecho esto, se reúne con Eros y Tánatos, se miran a los ojos y hacen sus apuestas.
Beso frío
Por Maggo Rodríguez
Pasó por ella al salir del trabajo. Fue un día especialmente agotador y el calor no ayudó, al contrario, lo puso de malas, hasta el momento en que la tuvo entre sus manos.
Pronto se encaminó con ella a la estación del macrobús. Pasaban de las 9 de la noche y un rincón en lo oscurito, lejos del vigilante, le pareció el mejor lugar.
Receloso, miraba a todos lados, no quería que los vieran. La tomó con firmeza del cuello, le acercó sus labios a la boca y le dio un largo y profundo beso.
En el éxtasis de su sabor, ignoró la mirada inquisidora de una señora que llevaba dos bolsas de plástico gigantes.
Aquello estaba prohibido, “Pero mucha gente lo hace”, pensó; además, ¿quién es uno para oponerse al placer de un pobre obrero que se toma una cerveza en el macro?
Formas de Amor
Por Alejandra Maraveles
Él nunca tuvo dinero para hacerle regalos caros, pero siempre le dejó el control remoto a su alcance y veían los programas que ella quería ver. Cuando iban a restaurantes ordenaba aquello que ella no estaba segura de pedir. Cuando hacía frío le pasaba su chamarra, a pesar de que él se quedara tiritando. En el cine, compraba el refresco favorito de ella y pedía las palomitas con caramelo, aunque a él le disgustaban. Él pensaba que era inadecuado para ella. Ella sabía que había regalos más valiosos que el dinero no podía comprar.
Diez pesos
Por Emmanuel Ochoa
—¿Cuánto cuesta esa? —preguntó Miguelito.
—Diez pesos —le contestó el florista.
Sacó la moneda que tenía en su bolsillo.
Más tarde, Miguelito caminó hasta la parada de camión donde su mamá lo esperaba cada tarde cuando terminaba la escuela.
Al llegar a la esquina, su mamá lo esperaba con los brazos cruzados y el rostro enrojecido, sudor en la frente. Al ver a Miguelito, sonrió.
—Hola, mi amor. ¿Cómo te fue hoy? ¿Recibiste algún regalo de una noviecita?
Miguelito se sonrojó.
—No, ma. No tengo novia —miró al piso, provocándole ternura a su mamá.
—Bueno —agregó ella, restándole importancia para tranquilizarlo—. ¿Y te alcanzaron los diez pesos que te di para comer algo? Hoy vamos a llegar tarde a la casa.
Él asintió silencioso. Entonces, colocó su mano por delante, sosteniendo una rosa.
—Toma, es para ti.
Rápidamente, los ojos de su mamá se humedecieron.
—Mi amor, está hermosa. ¿De dónde la conseguiste?
Con un gruñido en el estómago, Miguelito contestó.
—La encontré en un jardín.
Enamorar,
Por Danz Rodríguez
así en infinitivo, porque es una limpieza constante de la herida que dejó la flecha de cupido.
Piscis y Tauro
Por Maggo Rodríguez
Amiga, te lo voy a resumir lo de ayer, no puedo mandarte un audio, mi jefe anda aquí.
Fue en el restaurante del argentino, a uno lo cité a las 3 y al otro a las 6. Pues eran un piscis y un tauro, los dos compatibles con mi signo, ambos solteros y con trabajo; cuarentones, de los que me gustan. El piscis era barbón, el tauro tenía ojos hermosos; uno abogado y el otro chef.
Amiga, era difícil elegir hasta ese momento, porque los dos pesaban ¡uff! Apenas le iba a mandar mensaje a Rodri para que me dijera cómo desempatarlos y en la plática salió que ambos entrenaban muay thai y les pregunté “¿tú podrías entrenarme?”
El piscis me respondió que sí, hasta me dio la dirección para ir mañana mismo. El tauro me vio de arriba para abajo y me dijo “no creo que tengas la disciplina suficiente”.
Adivina, ¿con cuál de los dos no habrá segunda cita?
Viaje Astral
Por Alejandra Maraveles
Creí que no existían los viajes astrales. Esa mañana, después de ir a robarle unos besos a mi crush, mientras dormía, pensé que sólo había soñado. Suspiré.
Sin embargo, a veinte cuadras de distancia se despertaba Luis, quien al verse al espejo volvió a encontrar lápiz labial en su mejilla. Era la tercera vez en la semana.
¿Y lo amas?
Por Emmanuel Ochoa
Geo se sienta en una banca del centro. El viento de febrero, aún helado, le enchina la piel de las piernas. Está usando la falda que le regaló su pareja y quiere presumirla. Mira nerviosa a todos lados. Una señora, ya de gris cabellera, con un café en la mano, lo nota.
—¿Estás esperando a alguien?
Geo solía hablar mucho con extraños. A diferencia de su pareja, lo cual generaba algunos divertidos debates.
—Sí, justamente —contesta sonriente.
—¿Y por qué tan tensa, niña?
—Es que… no sé —suelta una risita—. Siempre me emociona.
—Ahí se ve el amor. Uno lo nota.
—¿Usted cree?
—Me parece que sí. Yo tuve a mis amores de joven. Creo notar cuando hay esa chispa.
—Ay, gracias —la pálida piel de Geo siempre la delataba cuando se ponía feliz—. No ha sido fácil, siendo sincera. Hay siempre problemas con la familia.
—Así puede ser el amor. Hay retos. Sólo dime: ¿lo amas?
Una muchacha alta, morena, se para junto a la banca. Geo la mira, se levanta de un salto y la besa tiernamente. Luego gira hacia la señora.
—No, no lo amo. La amo.
La señora duda un instante. Parpadea, mira a las dos chicas. Luego, levanta su café y dice:
—Como dije: yo tuve mis amores de joven.
A veces
Por Danz Rodríguez
me gusta adentrarme en la noche para pensar en ella. Recordarla mientras camino por calles que van perdiendo luz, con la esperanza de que se me aparezca su espectro. Sentir la oscuridad que se me pega a la piel, imaginándome que son sus ojos negros clavados en mí. Pensar que si pongo atención escucharé su risa entre los lobos que me rodean. Que, si me detengo de pronto y digo su nombre, ella responderá a la distancia con el mío. Pero aquí, abrazado por las sombras, olisqueado por los depredadores y sintiendo que el frío avanza por mis piernas, me siento a salvo… en realidad huyo de sus silencios.
Ciudad de las rosas
Por Maggo Rodríguez
—¿Quién te regaló la dalia?
—Mi abuelita, esa planta ya tiene años
—¿Y las cunas de Moisés?
—Ah, ésas me las dio una patrona, según las quería tirar
—¡Pero qué bonitas begonias!
—Gracias, me las dio Eunice en mi cumpleaños
—Entonces el rosal…
—Ese es un recordatorio
—¡Pero si no es un reloj cucú!
—No, pero me recuerda la cita más ridícula que he tenido
—¡Cuéntame!
—¿No te acuerdas? Fue con el muchacho de la Torre 7. Era mi amor platónico y yo no le era indiferente. Un día me invitó al centro el mero 14 de febrero. De la emoción, no le di importancia a la hora, quedamos a las 8 de la mañana y pasó por mí. Dijo que habría mariachi y desayuno, me imaginé una reserva romántica en un restaurante, no sabes qué error. Me llevó a hacer fila a presidencia para que nos dieran chocolate y un pedazo de picón por el aniversario de la fundación de la ciudad. Sí había mariachi, pero solo tocaron “Las mañanitas”, “El jarabe tapatío” y “Guadalajara, Guadalajara”. Cuando acordé, lo vi a lo lejos metido en la bola, peleándose por este rosal; desde una camioneta el presidente municipal los estaba regalando. Este rosal es un recordatorio de lo mensa que pone a la gente el amor.
