
Por Katya M. López
En años lejanos al 2024, allá por la década de 1930 mi abuela vivía en el pequeño pueblo que le dio fama Juan Rulfo gracias a su distopía sobre Comala, que si lo comparo con la realidad no tiene nada de distópico. Mi abuela vivía en su plenitud de aquellos años en donde las mujeres se casaban y tenían hijos a temprana edad y, claro, ella no podía ser la excepción de su época .
Mi abuela Otilia, tuvo la fortuna de conocer a Máximo Ordoñez quien fuera pariente de un ex militar español refugiado en Colima, que después siguió su camino hasta Comala, para apropiarse de algunos terrenos. Máximo, era de los pocos españoles que quedaban en Colima, y tres de ellos habitaban cerca de la hacienda donde vivía mi abuela.
Cada mañana Máximo, mi abuelo, le hacía llegar mediante una paloma adiestrada una pequeña nota de “Buenos días”, ésta volaba cruzando de una hacienda a otra para terminar posada en el balcón de su recámara, según cuenta mi abuela, ese fue el más grande acto de amor que hizo por ella, pues por dos años fue su única interacción, hasta que ella dio el paso de hacer lo mismo que él y mandarle una carta en donde le hacía de conocimiento sus sentimientos, a lo que él correspondió, pidiendo su mano y poder salir a la plaza a caminar, con las respectivas chaperonas, claro, y así conocerse mejor. Seis meses después, Máximo se reunió con la familia de mi abuela y pidió su mano en santo matrimonio, que aunque no era bien visto, un español y una mexicana, mi bisabuelo aceptó el matrimonio pues sabía que traería fortuna ese lazo matrimonial y claro, Otilia no estaba en desacuerdo pues estaba enamorada de él.
Y así llegó la muy esperada boda que fue de las más grandes y costosas, en donde todo Colima fue invitado y, por supuesto, no podía faltar la luna de miel que en sí, no tuvieron un gran viaje por toda Europa, sino que solamente mi abuela se mudó a los terrenos de su en ese entonces esposo; ahí pasaban las tardes bebiendo hidromiel y por las noches ambos dormían en habitaciones separadas, esto fue así por dos meses, hasta que finalmente una noche, Máximo durmió con ella.
Fue ahí donde la luna de miel terminó, pues su esposo se había convertido en un hombre frío y solitario, no podía pasar ni cinco minutos cerca de mi abuela cuando buscaba algo por hacer lejos de ella, después, llegó la noticia de que estaba encinta. Al saber que sería hombre, Máximo sintió gran orgullo al tener un varón legítimo, pero ni con eso Otilia se sentía cercana a él. Todo empeoró al nacer el bebé, pues mi abuela era menospreciada, maltratada y privada de libertad. No podía salir ni siquiera a visitar a su padres, solo debía estar para él, servirlo en todo o, de lo contrario, era amenazada con arrebatarle a su hijo y su hogar. Ella siempre obedecía y pedía perdón si algo no se hacía de acuerdo a lo que él pedía, fueron años los que luchó para mantenerse firme y sobrevivir por su hijo y dar buena cara a sus familiares cada que le permitía verlos, por lo que ellos jamás sospecharon nada de lo que ocurría detrás de las puertas.
Fue una noche, casi catorce años después, que mi abuela no pudo más y decidió que era hora de liberarse de él y huir lo más lejos de aquel hombre que se había convertido en un monstruo. Sin pensar en nada, tomó un par de maletas para ella y su hijo, para esconderlas cerca de la caballeriza. Aquel día, preparó la cena como de costumbre y esperó hasta que el veneno que había puesto en la comida y el café de su esposo hiciera efecto. Al verlo inmóvil y pálido, abrazó a su hijo y huyó hasta Zacatecas, donde pudo rehacer su vida como madre soltera, sin saber nada de su antigua vida, ni de sus familiares y aquel hijo creció y se casó sin saber todo lo que había ocurrido mientras era un niño, sino hasta los últimas días de Otilia, mi abuela, que le confesó la verdad a mi padre sobre aquellos años en Comala y lo agradecida que estaba por tomar la valentía de huir sin importar el que, con tal de seguir con vida y ver crecer a su primogénito lejos de la maldad a la que estuvieron expuestos por tanto tiempo.

