A la luz de la vela

Por Alejandra Maraveles

La mortecina luz de una vela iluminaba sutilmente la habitación, dejando más de la mitad de la misma en penumbras. Mayra se había visto obligada a prenderla pues la energía eléctrica se había ido tras un fuerte sonido hacía un par de horas.

─Mayra, ven rápido y trae una vela que no puedo ver bien ─sonó una voz desde la cocina.

      Mayra tomó el candelero y lo llevó consigo. Bajó las escaleras hasta llegar junto a su hermana quien estaba inclinada mirando hacía el horno.

─Acerca la vela ─dijo apremiante ─, quiero ver si el pan ya está listo.

      Mayra hizo lo que se le pedía, mientras sostenía la vela, una gota de cera, cayó en su mano quemándola.

─Señorita, ha llegado el abogado ─le dijo una mujer entrada en años desde el pasillo.

      La muchacha ahogó un grito, ¿quién rayos era esa mujer? Giró su cabeza hacía todos lados, su hermana había desaparecido y también la cocina. En ese momento estaba en una habitación de una casa que desconocía. Sintió que la mano le escocía, también llevaba una vela en su mano y la cera había caído sobre ella.

─Gracias ─contestó sin reconocer aquella voz que en parte era mucho más aguda que la suya. Con la confusión corriendo por sus venas depositó la vela en la mesa que había delante de ella.

      La anciana comenzó a prender dos lámparas de aceite del pasillo, la muchacha se quedó como hipnotizada viendo cómo levantaba la pantalla de vidrio y con destreza usando un cerillo, encendía la mecha que en pocos segundos comenzaba a tomar fuerza para iluminar más claramente que la vela que había estado sosteniendo. Se dirigió hasta el pasillo. Allí pudo percatarse que estaba en una casona vieja en perfecto estado. Al caminar escuchó un frufrú y se dio cuenta de que llevaba puesto un vestido que le llegaba hasta los talones.

      No estaba segura de cómo había llegado a ese lugar, en un momento había pasado de estar con su hermana a estar allí. El corazón le latía fuertemente. Decidió seguir a la anciana hasta lo que ella pensaba era la sala. Ésta se iluminaba por otro par de lámparas, que descansaba sobre la chimenea, la habitación parecía elegante que quizá a la luz del día se vería aún más imponente de lo que se podía advertir.

─Buenas noches ─le saludó un hombre alto y de bigote que se había levantado al ingresar ella al salón.

─Buenas noches ─respondió Mayra con esa voz que le resultaba poco familiar.

─He traído el documento ─dijo el hombre ─, ¿quiere que le de lectura?

      Una corriente de aire se coló a la sala y una lámpara se apagó.

─Lo único que tienes que hacer es mantener la vela encendida ─su hermana había regresado y sonaba molesta ─, ¿no puedes siquiera hacer eso?  

─Lo siento ─susurró Mayra algo distraída, volvía a estar en la cocina de su casa. A tientas buscó por los cerillos y volvió a encender la vela.

─Aún le falta como quince minutos para que el pan esté listo ─señaló su hermana.

─Huele bien ─comentó Mayra.

      La puerta que daba de la cocina al patio se abrió repentinamente. La muchacha corrió a cerrarla y el viento azotó en su cara.

─Disculpe creo que ya le quedaba poco aceite ─indicó la anciana quien llevaba en su mano una aceitera en la mano y se atareaba en volver a encender la lámpara ─, cerraré la puerta para que no vuelva a entrar la corriente.

      La muchacha observó a la anciana hasta que cerró la puerta tras salir del salón.

─Empezaré a leer el documento ─el hombre alto le indicó una silla, Mayra supuso que deseaba que ella tomara asiento.

Una vez que la muchacha se sentó en el amplio sofá suspiró. Era evidente que se estaba volviendo loca, lo que estaba sucediendo no tenía ninguna otra explicación.

 ─El testamento de su padre ─continuó el hombre alto.

─Espere ─dijo ella.

─¿Quiere que dilatemos más la lectura? ─preguntó el hombre enarcando las cejas ─Bien sabe que mañana salgo temprano para la Capital, ya hemos hablado antes de sus hermanos, su padre modificó el testamento cuando su hermana se casó y se fue a vivir a París. Y a su hermano… realmente tengo que continuar, usted mejor que nadie sabe la situación de su hermano.

─Traigo unas pastas y café ─anunció la anciana que llevaba una charola con platos y tazas que colocó en la mesa de la sala.

      El fuerte aroma del café se impregnó en el ambiente.

─¿No vas a querer café? ─preguntó la hermana de Mayra quien sujetaba la tetera.

─¿Perdón?

─¿Qué te pasa hoy? ─su hermana frunció el entrecejo ─Andas como ida.

─No, nada ─Mayra pensó que su hermana tenía razón, aunque quisiera darle una respuesta no podía hacerlo, tampoco ella sabía qué era lo que le estaba sucediendo.

      Sujetó la taza que le ofrecía su hermana, al hacerlo, algo del caliente líquido rozó su piel y Mayra, instintivamente, dejó caer la taza.

─No se preocupe, señorita ─mencionó la anciana ─yo limpiaré…

─Lo siento ─dijo la muchacha al ver la elegante taza hecha añicos.

      La anciana con rapidez limpió el desastre y el hombre continuó.

─El testamento está fechado a 19 de junio de 1850 y, como le he explicado, la ha nombrado heredera universal de sus pertenencias.

─¿Qué fecha ha dicho?

─19 de junio de 1850, una semana después de que su hermana se fuera a vivir a París ─agregó el hombre ─, ha nombrado como albacea a su tío, es decir al hermano de su padre. Y será el responsable hasta que usted se case, al hacerlo su marido será quien quedé con el cargo… siempre y cuando su tío así lo crea conveniente.

      La muchacha miraba con indecisión el documento, el hombre sacó un tintero y una plumilla, mojó la cabeza de la misma en la tinta y se la pasó a ella.

─Sólo tiene que firmar aquí ─le indicó el hombre.

      Ella sujetó la plumilla entre sus dedos, un poco de tinta resbaló por uno de ellos, la acercó al papel cuando se sintió mareada, un aroma de vainilla con natas se mezcló con el del café.

─No vayas a dejar caer también ésta ─su hermana puso una taza sobre la mesa de la cocina ─, ayúdame para poder sacar el pan.

      Mayra se aproximó con la vela en la mano y observó cómo su hermana sacaba una rosca del horno. En ese momento el foco del techo se prendió.

─Regresó la luz ─dijo su hermana ─, ahora ya podremos cenar viéndonos bien las caras.      Mayra sopló sobre la vacilante flama. Tal vez haber estado bajo el hechizo de la luz de las velas le hizo alucinar. Suspiró aliviada, colocó la vela apagada a un lado, entonces se percató de una mancha de tinta en el dedo de su mano derecha.