El pulpo

Por Katya M. López Aceves

Los dientes me dolían y la encía ardía como si me estuvieran prendiendo fuego, ninguna pomada era capaz de aliviar el malestar que en esos momentos me aturdía, por más que me revisara no había nada ahí. Parecía que el dolor estaba en mi mente.
Acudí con un par de dentistas, pero ninguno encontraba nada, ni siquiera un par de muelas picadas, todos me daban la misma pasta dental para encías rojas, que sólo por unas horas me calmaba y después despertaba con más fuerza el dolor. Conforme pasaban los días, el malestar empeoraba. En mi desesperación, pensé en arrancarme el diente con unas pinzas, sin embargo, no era lo suficiente valiente para hacerlo sola, así que dejé que el dolor siguiera. Traté de engañar a mi mente lo más que pude, “Ahí no hay dolor, comezón ni ardor”… me repetía por la mañana y hasta el anochecer. Esto sólo funcionaba por un par de minutos, como si el dolor sintiera compasión por mí.
Pasaron algunas semanas y el dolor comenzó a disminuir, a su vez, mi encía se veía cada vez peor, primero roja y después verde hasta llegar a ser casi morada. Utilicé todo tipo de remedios caseros, estos sólo lograban enojar a lo que sea que me estuviera dañando. Decidí ir a una tienda donde vendieran utensilios de odontología, ya no podía soportar un día más, al llegar a mi casa, después de gastar miles de pesos, me armé de valor para darle fin a mi sufrimiento, claramente, no era dentista y desconocía qué hacer o cómo utilizar cada cosa. Por suerte, en YouTube pude ver algunos videos para realizar el procedimiento, sin duda, verlos era aún más doloroso, aun así, necesitaba descansar.
Esterilicé mis manos con jabón y agua para después ponerme unos guantes de látex, de esos azules, que con sólo verlos te hacen rechinar los huesos; procedí a colocar la anestesia dentro de la jeringa para aplicarlo en la encía. No podía creer lo que estaba haciendo, ¿acaso estaba enloqueciendo o era simplemente una pesadilla? La respuesta que fuese, no había vuelta atrás. La anestesia comenzaba a hacer lo suyo, sólo debía esperar hasta sentir entumecida esa parte izquierda de mi cachete; luego de dos minutos el dolor disminuyó y no lograba sentir nada, era como si no hubiera encía o diente en mi boca, finalmente, tomé el bisturí y lo clavé con fuerza, haciendo algunos cortes para sacar la muela lo más rápido posible, a pesar de no sentir dolor, era incómodo y lo que se encontraba adentro no dejaba de moverse, ¿cómo era posible que pudiera sentirlo?.
Horas después, logré ver la raíz de la muela y estaba casi segura que no faltaba mucho para sacarla por completo. En el último momento de sufrimiento, cerré los ojos y logré sacarla. En ese instante, sentí un gran alivio, sólo unas ligeras punzadas.
Coloqué la muela sobre mi escritorio, aparentemente estaba sano, pero en su interior se percibía algo oscuro como si estuviese nadando, tomé unas pinzas y lo apreté, como si fuera una nuez, éste quedó por la mitad… adentro algo se resistía a abandonar su hogar.
¿Cómo había llegado ahí? ¿Acaso esto era posible? ¡Qué tortura!, no sabía si sentir pena por él o por mí. Aquello que por meses me causó daño, me daba lastima, no sabía si aplastarlo dejarlo libre o adoptarlo de macota, como recuerdo de mi tortura.
Un desgraciado y hermoso pulpo negro, de ocho tentáculos en color rojo, tan diminuto, casi imposible de identificar, ahora comprendía el motivo de mi dolor, estaba aferrado con sus ventosas sobre mi encía y el interior de mi muela, trataba de alimentarse, de sobrevivir con la poca saliva y trozos de comida que me quedaban entre los dientes.
Al final lo dejé vivir, me era imposible de creer y sé que nadie creería si le contaba. Le acondicioné un hogar y me asesoré para mantenerlo con vida, alimentarlo de forma correcta; al igual que yo, merecía descansar, pues ambos habíamos sufrido tal vez no de la misma forma. El pequeño pulpo no tenía la culpa de haber llegado ahí y para ser franca, no sé en qué momento o cómo entró.
No intento romantizar este suceso, sólo comparto mi experiencia con el pulpo, me crean o no, fue verídico y lo seguirá siendo hasta que uno de los dos muera.