ROBERTO Y LOS GRISES

Por Nicte G. Yuen

Roberto se había obsesionado con los extraterrestres desde los quince años. Sucedió una noche de finales de agosto, cuando su padre y su abuelo prácticamente lo habían obligado a ir de campamento como dictaba la tradición familiar de los Hernández. Y durante aquellas horas de insomnio al calor de la fogata, había visto una nave espacial suspendida cerca del volcán. Aquel encuentro a las 4:00 de la madrugada, mientras los ronquidos de su padre se mezclaban con el canto de los grillos, vino a cimbrar todas las creencias heredadas de sus antepasados. ¿Quizá Dios es un alienígena? ¿O el mismo Jesús? Pensó Roberto con la mitad de su cuerpo paralizado, mientras la nave se perdía entre las fumarolas del volcán. ¿Desde cuándo están entre nosotros? Alcanzó a murmurar cuando tuvo la certeza de que podía mover las piernas.
A partir de aquel 29 de agosto a las 4:00 a.m. Roberto comprendió que dedicaría su vida a la investigación del fenómeno ovni. Estaba convencido que no podía limitarse a la observación de aquellas naves espaciales que entraban y salían del volcán, necesitaba encontrar la manera de establecer contacto con algún ser extraterrestre, incluso buscar la forma de ser abducido. Su existencia ahora tenía un propósito más interesante que terminar una carrera, intentar complacer a sus padres, encajar en la sociedad, vestir medianamente decente, encontrar un empleo bien remunerado o casarse y convertirse en papá.
Durante aquellos primeros meses de investigación, cuando aún tenía quince años, se mantuvo despierto madrugadas enteras viendo películas clásicas sobre el tema: Alien, La cosa, Ultimátum a la Tierra, Encuentros cercanos del tercer tipo, Depredador, E.T. el extraterrestre, y una larga lista de películas de bajo presupuesto que sus amigos del colegio le conseguían de contrabando. Siempre hacía sus anotaciones sobre las características físicas de dichos seres y sobre las intenciones que tenían respecto al planeta Tierra y la humanidad. ¿Quieren conquistar nuestro planeta?, ¿buscan esclavizarnos?, ¿aniquilarnos?, ¿ayudarnos para evitar la extinción de los seres humanos?, ¿realizar experimentos genéticos?
Para cuando cumplió la mayoría de edad comenzó a gastar hasta el último peso que ganaba en los trabajos de verano que conseguía, comprando novelas de ciencia ficción; de hecho, leyó “La guerra de los mundos” veinte veces antes de cumplir los diecinueve años. Si el libro trataba sobre alienígenas Roberto lo compraba, lo leía un par de veces y lo llenaba de anotaciones y pequeños bosquejos que él mismo intentaba realizar con sus pocas habilidades como dibujante.
Durante sus años como universitario comenzó a sumergirse en documentales y podcast que hablaban sobre encuentros con extraterrestres; por supuesto que su favorito era el caso Roswell ocurrido el 02 de julio de 1947 y el misterio del área 51. Tenía tan estudiado el caso que podía recitarlo al derecho y al revés incluso dormido o borracho. ¿Cuántas razas alienígenas están siendo estudiadas en el área 51?, ¿están compartiendo sus avances tecnológicos con los Estados Unidos?, ¿a cambio de qué? ¿Abducción controlada de seres humanos?
Con sus veinticinco años recién cumplidos, un trabajo mal pagado y absorbente hasta la médula, el cuarto que aún habitaba en casa de sus padres, su última relación amorosa enterraba en el baúl de los recuerdos, su facilidad para ganar peso y un par de visitas fallidas con el psicólogo; su determinación por avanzar un escalón más hacia aquel soñado encuentro con algún alienígena, lo llevó hasta el pueblo mágico de Tepoztlán en el estado de Morelos. Jorge, su amigo de toda la vida, también amante fiel del fenómeno ovni, dos recién adquiridos colegas de la oficina, y su primo Julián Hernández, alias “el pecas”; partieron de la Ciudad de México rumbo a Tepoztlán para pasar ahí el fin de semana, con el único objetivo de captar evidencias extraterrestres.
Jorge y Roberto se habían puesto en contacto con una pequeña comunidad de expertos ufólogos que tenían su casa en Tepoztlán, base de operaciones para buscar el contacto extraterrestre y recopilar la mayor cantidad posible de evidencias sobre el fenómeno. Ahí recibían a personas interesadas en establecer contacto, la mayoría eran extranjeros, gringos y canadienses, alguno que otro inglés que ya tenía tiempo viviendo en el país. ¿Existe una base extraterrestre en el cerro de Tlacatépetl? ¿El volcán Popocatépetl es un portal dimensional? ¿Por qué son tan frecuentes los avistamientos de Objetos Voladores No Identificados en los alrededores de la pirámide del Tepozteco?
Cuando Roberto cruzó el jardín de aquella casa comprendió que estaba transitando por la experiencia más importante de su vida. Durante un momento sus ojos se cerraron y algo en el centro de su cuerpo le indicó que el contacto extraterrestre se presentaría. Los diez años invertidos en el fenómeno ovni rendirían frutos. No sabía cómo ocurriría ni cuándo, pero su instinto le advertía que estaba siendo vigilado por alguien que no era de este mundo. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. Jorge le extendió la mano a uno de los ufólogos que los invitó a pasar, agradeciendo en repetidas ocasiones la oportunidad que les estaban brindando; luego se quedó petrificado al percatarse de la cantidad de fotografías que colgaban de las paredes de la sala, imágenes que hablaban de la historia de Tepoztlán y su ancestral encuentro con alienígenas. ¡Mira Roberto! exclamó jalando a su amigo al interior de la vivienda, ¡Mira nada más estás bellezas!
A las 4:00 a.m. del 29 de agosto del 2022, Roberto Hernández tuvo su primer encuentro con un extraterrestre cuando formó parte de una excursión hacia el cerro del Ocelotépetl; en compañía de Jorge Miramontes, Julián “el pecas” Hernández, Martín y Ramón, contadores recién egresados, y tres expertos ufólogos que aseguraban mantener un canal de comunicación con estos seres llamados “los grises”. Hacia la medianoche, ya con vientos fríos y un cielo nublado, se organizaron guardias para vigilar el lugar y, si la suerte los acompañaba, lograr captar en vídeo alguna nave espacial, luces intermitentes o algún otro fenómeno de procedencia alienígena.
Los grises, también conocidos como Zeta Reticulanos, humanoides de cuerpos pequeños, piel lisa de color gris oscuro, enormes cabezas calvas y ojos negros desproporcionadamente grandes; se presentaron frente al par de casas de campaña de aquellos entusiastas del fenómeno. Lo hicieron en medio de un tiempo suspendido que se prolongó indefinidamente aquella madrugada. El líder de aquel grupo de seres avanzó hacia Roberto, quien lo miraba de frente completamente paralizado de pies a cabeza; en el interior de su cerebro, una oleada de pensamientos iba y venía, expandiendo su conciencia.
-Puedes venir con nosotros – la voz del gris retumbó en la mente de Roberto.