De regreso a casa

De regreso a casa

Por Maik Granados.

Rob subió al autobús que lo llevaría de regreso a casa, maletín en la mano, vestía un traje negro, una camisa blanca con el cuello almidonado y una corbata carmín a medio anudar, la indumentaria afinó su semblante adusto.

Pagó el ticket de abordaje, caminó por el angosto pasillo desplazando su mirada en busca de algún asiento disponible, preferentemente junto a una ventana, buscó aislarse del interior del camión con las imágenes del exterior.

Llovía. Por algunos segundos Rob observó las gotas de lluvia deslizándose por los cristales del autobús, formaban una constelación de pequeños prismas circulares; revisó su calzado, vio cómo el negro lustroso de la piel vacuna contrastó con los residuos de agua y tierra en la punta de cada uno de sus zapatos; lo invadió la frustración, sabía que al llegar a casa su esposa le escudriñaría de pies a cabeza, notaría el lodo en su calzado y comenzaría con la retahíla de siempre: que si las labores de la casa y del trabajo, que si el tiempo dedicado a cuidar de la familia, que si esto o que si aquello. Rob estaba seguro de que después de los reclamos, su esposa, nostálgica, añoraría los primeros años de la relación, hablaría sobre los años joviales, cuando ambos tenían los rostros casi virginales, y de cómo poco a poco el tiempo fue borrando sus anhelos y su planes para el futuro.

Rob recordó esos días adolescentes, atiborrados de lujuria juguetona en casa de los padres de ella, asumieron los riesgos de ser sorprendidos en el intercambio de besos y caricias; hizo un esfuerzo por revivir la última vez que había sentido eso mismo con su esposa, llevaba meses sin besar a aquella mujer en los labios, no le apetecía hacerlo; sin embargo, la extrañaba en la ausencia, la extrañaba en la soledad de las comidas de oficina, al amparo de una luz blanca incandescente, sentado en el incómodo banco de metal, con los codos recargados sobre la mesa metálica, mientras sostenía el sándwich insípido preparado para él.

Rob pensó en cómo cada acto humano, por sencillo que pareciera, reflejaba o no el amor hacia otras personas, reflexionó en cómo esas acciones no tenían una pizca de cariño, se preguntó si su sándwich habría sido preparado para él con la ausencia de ese sentimiento, ¿sería por ello que le sabía tan insípidos?

Una parada violenta del transporte, sustrajo a Rob de sus pensamientos, el chofer lanzó aspavientos al conductor de otro vehículo que había truncado su avance, los cláxones de los autos parecían discutir. Rob indiferente a aquello se aferró al maletín que descansaba sobre sus rodillas, como si abrazará al pasado que se enjambró en sus recuerdos, amaba a su esposa en la costumbre de los diálogos no verbales durante los domingos por la mañana, amaba a esa mujer con la piel flácida del vientre a causa de los embarazos, amaba a esa chica que le había robado sus mejores años, pero también la aborrecía en la costumbre, odiaba sus mohines injustificados en cada desacuerdo, en las discusiones, la detestaba en la exigencia oportunista de una cirugía estética que moldeara a su cuerpo, en reuniones o momentos de descanso, porque así lo dictaba la modernidad, definitivamente a esa chica le desesperaba, por aferrarse a él.

El autobús continúo su ruta establecida, cada vez había más gente en su interior, el calor de la pequeña multitud empañó los cristales, deformando el mundo exterior. Rob inclinó la cabeza hacia adelante, fijó la mirada en el lodo de su calzado, suspiró, recordó lo asertivo que era antes de casarse, no pensaba en el futuro, ni en las consecuencias de sus acciones, añoró cuando todo giraba solo en torno a él…

En ese momento Rob sintió la amargura anudándose en su garganta, la apatía hacia su esposa creció, pensó que ella era culpable de todo aquello que él odiaba, y detestaba llegar a casa, verla directamente a los ojos, pensó en lo hermosos que eran, y sabía de la dicotomía de amor y odio resguardada en aquellas miradas esmeraldas, tan cotidianas, que lo recibían últimamente, cada que abría las puertas de su hogar.

Un timbre agudo en el camión anunció la siguiente parada, Rob reconoció el lugar a través del vaho impregnado en la transparencia de los vidrios, salió de su trance, descendió raudo, la pertinaz llovizna le obligó a acelerar el paso, debía llegar a tiempo para la hora de la cena.

Antes de entrar a su casa, recordó el barro en las suelas de su calzado, entonces se quitó los zapatos, descalzo caminó a través del vestíbulo de su hogar, la sala, el comedor y de ahí, hasta la cocina, saludó con un beso en la frente a su esposa, la notó desconcertada, besó a sus dos hijos, se sentó a la mesa, y sonrió esperando que su platillo esa noche, no tuviera un sabor insípido.

2 comentarios sobre “De regreso a casa

Los comentarios están cerrados.